El 30 de agosto es el aniversario natal de la escritora inglesa Mary Godwin Wollstonecraft, más conocida como Mary Shelley, quien nació en 1797 y publicó Frankenstein o el moderno Prometeo en 1818, una obra cuya influencia en la novela de ciencia ficción, y cuya temática y discurso “sigue generando interés, análisis y reflexión”
“Si no puedo inspirar afecto, sembraré terror. Sobre todo a vos, mi enemigo supremo, en tanto sois mi creador, os juro odio eterno. Id con cuidado: me voy a entregar por entero a vuestra destrucción y no me voy a detener hasta ver que vuestro corazón esté totalmente desolado, vas a maldecir hasta la misma hora en que nacisteis”. (Mary Shelley. Frankenstein. 2002:132)
1.-Introducción
Mucho se ha escrito en torno a la obra Frankenstein o el moderno Prometeo de la escritora Mary Shelley[1] por ser impactante y uno de los primeros libros que se adentran en la ciencia-ficción. Así también la lectura y relectura de este icónico libro no deja de sorprendernos por la extrema lucidez de su autora que lo escribió a la edad de 18 años, publicándolo posteriormente en 1818. Por tanto, el presente ensayo rescata fragmentos relevantes del mencionado libro, abordando el tópico de la creación maldita, de la creación que mata para comprender esta aparente contradicción.
2. Desarrollo
2.1 La creación maldita, la creación que mata
La creación es: “la actividad humana que produce valores materiales y espirituales nuevos”. (1). La inventiva, la imaginación, el arduo trabajo participan en el acto creativo que da lugar a lo nuevo. En la obra Frankenstein la obsesión creativa por dar vida a lo inanimado marca el inicial hilo conductor que se ramifica, convirtiéndose en el germen de toda vida y muerte. Es la obsesión por trascender los límites del conocimiento la que determina el destino del doctor Víctor Frankenstein como aquí se identifica: “Es mucho lo que se ha conseguido –exclamó el espíritu de Frankenstein-, pero yo conseguiré más, mucho más: pisando sobre las huellas ya marcadas, abriré nuevos caminos, exploraré poderes desconocidos y revelaré al mundo los misterios más profundos de la creación”. (2)
Sin embargo, pese al desenfrenado anhelo creativo del Dr. Frankenstein, la conclusión de la encomienda termina por desilusionar a su inventor, que lejos de aceptar al hijo engendrado, lo niega y desprecia. Esta creación es maldita, es rechazada como él mismo lo expone:
Había trabajado muy duro durante casi dos años, con el único propósito de infundir vida a un cuerpo inanimado. Por ello me había privado del descanso y la salud. Había deseado aquello con un ardor que sobrepasa en mucho la moderación; pero ahora que había acabado, la belleza del sueño se había desvanecido, y una repugnancia y un horror desalentadores me inundaban el corazón. Incapaz de soportar el aspecto del ser que había creado, salí precipitadamente de la habitación. (3)
En todo el libro es evidente la negación y asco del creador frente a su obra, al que ni siquiera le da un nombre, refiriéndose a ella con los siguientes términos: “El doctor Frankenstein le dice ruina, diablo, objeto, animal, asesino, depravado, demonio asqueroso, monstruo, insecto vil, ser, criatura”. (4)
De igual forma, es esta criatura, esta creación maldita, rechazada y negada, la que cobra consciencia de su naturaleza monstruosa y descarga contra su padre toda su venganza, ira y poder destructivo, ya que sin elegirlo está condenada desde su nacimiento a la desgracia, a la persecución y al odio de su progenitor y de todos los hombres. En consecuencia, es la propia criatura, al no ser aceptada ni querida que se transforma en una fuerza opuesta; y de ser una creación única de vida, se transforma en la representación misma de la destrucción y la muerte.
El monstruo representa el milagro de la creación, es la victoria de la vida sobre la muerte. No obstante, ella se convierte en la muerte misma, llevando desgracia y dolor a su padre creador como aquí lo expone: “Cumplid con vuestros deberes hacia mí y yo cumpliré con los míos hacia vos y el resto de la humanidad. Si aceptáis mis condiciones, os dejaré en paz, pero, si las rehusáis, hartaré de las fauces de la muerte, hasta que estén saciadas con la sangre de los seres queridos que aún os quedan”. (5)
Lo grotesco, lo deforme y repulsivo es la causa de negación del hacedor frente a su obra. La criatura sufre en carne propia la maldición del aspecto al que ha sido destinada, sus desgarradoras palabras lo demuestran:
¡Odioso día aquel en que recibí la vida, exclamé angustiado! ¡Maldito creador! ¿Por qué diste forma a un monstruo tan espantoso que incluso tú te apartas de mí asqueado? Dios en su misericordia creó al hombre bello y atractivo, a su imagen y semejanza; pero mi figura no es más que una inmunda copia de la suya, más horrorosa todavía por esta misma semejanza. El propio Satanás tenía compañeros, seres diabólicos, que lo admiraban y lo animaban; yo, en cambio, soy un ser solitario y aborrecido. (6)
De esta manera, es esta deformidad y aspecto que genera rechazo y que convierten a la criatura en una creación maldita, en una creación que mata, lejos de la aceptación y la vida.
2.2 El creador, su creación y la soledad como causa de maldición
Otro de los hilos neurálgicos de Frankenstein lo constituye la soledad como maldición y como causa primigenia de toda maldad y destrucción. El monstruo, la rechazada criatura, está desterrado de todo contacto afectuoso a causa de su deformidad. Esta es una soledad impuesta por su forjador que no midió la consecuencia de sus actos, dando vida a un ser hecho de retazos que no tiene semejanza con la especie humana como lo explican estas reflexiones:
Es el monstruo más raro que existe. Como todos los personajes de esta historia, está condenado a la soledad, que es, al parecer, lo peor que hay. Todos le temen a la soledad en este libro. Walton, el doctor Frankenstein, el monstruo, hablan de la soledad con angustia. En cuanto a ella, el monstruo se lleva la peor parte. Se acerca a la gente para hacerse amigo y las personas salen espantadas. Es único en su especie y ni siquiera tiene especie. (7)
Uno de los aspectos emotivos relevantes en la obra de Mary Shelley es la profunda necesidad de afecto y aceptación que experimenta la criatura, mal llamada “monstruo”. Así como la profunda capacidad reflexiva y emocional que comparte este ser en sus interacciones con su padre creador; estas nos hacen posicionarnos con mayor nitidez a favor de sus peticiones y deseos, por encima de las quejas, cobardías, egoísmos y temores de su progenitor. Aquí la revelación de la causa principal para que esta creación se convierta en una creación que mata:
Si carezco de vínculos y afectos, el odio y la maldad han de ser por fuerza mi única salida. El amor eliminaría la razón de ser de mis crímenes y me convertiría en alguien cuya existencia ignoraría todo el mundo. Mis maldades son hijas de una soledad impuesta, que aborrezco, y seguro que mis bondades aflorarán cuando viva en comunión con un igual. (8)
Conmueve que sea esta criatura, esta creación maldita, la creación que mata, la misma que clame por afecto, amistad y compañía como antídoto a todos sus males: “Estoy solo y me siento desgraciado, los hombres no quieren relacionarse conmigo, pero alguien tan deforme y horrible como yo no me rehusaría. Mi compañera ha de ser de mi misma especie y tener mis mismos defectos. Debéis crear un ser de esas características”. (9)
Asimismo, el científico y el monstruo se hallan irrevocablemente solos, unidos por el mismo sentimiento de odio que comparten, unidos por la maldición de tormentos y angustias que llevan a cuestas a causa de sus propios actos. La soledad del progenitor es el resultado de la soledad de su criatura que mata y despoja los lazos afectivos de su padre con sus seres amados, como vital acto de venganza por su condición impuesta.
2.3 El escenario propicio para las creaciones malditas
La obra de Mary Shelley es el reflejo de su tiempo, un tiempo fecundo para la invención de extrañas y monstruosas criaturas, de experimentos científicos, disecciones y escalofriantes cuentos de terror. Nos asombra acercarnos al mundo que dio origen a esta obra que, 206 años después de su publicación, sigue generando interés, análisis y reflexión. Es necesario mencionar que Mary Shelley quedó huérfana a los pocos días de nacida. Al crecer, ella misma se sentía como un ser monstruoso, rechazado por la sociedad al condenar al pensamiento de sus progenitores ya que:
El miedo de la época a las nuevas ideas hizo que los periódicos tildasen a la madre de Mary de “hiena con faldas” o que la propaganda conservadora describiera a su padre como “uno de los más grandes monstruos de la historia”, mientras Shelley, Mary y otras personas de su entorno eran llamadas “las semillas de los monstruos”. (10)
Por otro lado, los médicos de la época en la que vivió Mary Shelley, trataban con los ladrones de tumbas para sus estudios de anatomía, diseccionando y develando los misterios de la carne ante la ciencia. Estas actividades provocaron un creciente morbo por la muerte que era saciada en espectáculos: “Algunos montaban espectáculos increíbles que agotaban entradas: exposición de cuerpos diseccionados, experimentos galvánicos[2], desfiles de animales locos. Nadie quería perderse esas exhibiciones, que después todos comentaban, horrorizados”. (11)
Finalmente, otro hecho que incidió en algunos sucesos de la obra: disecciones, muertes, resurrecciones, desgracias y maldiciones, fue la pérdida por parte de la autora de tres de sus cuatro hijos. En un panorama tan sombrío, donde ella soñaba con la presencia de los hijos muertos, ¿cómo no sentirse seducida ante la idea de lograr, gracias a los avances científicos, arrebatarle a la muerte sus dominios, transgrediendo los límites establecidos para traer a la vida a los seres perdidos en el camino?
3. Conclusiones
Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley es una obra impactante de principio a fin, pues logra que nos sumerjamos en el complejo mundo de esta criatura, de esta creación maldita, de esta creación que mata; sin poder evitar el identificarnos con este ser y su dolor físico, emocional y espiritual. Una criatura hecha de grotescos pedazos, hecha de remiendos pero que anhela ser bondadosa y aceptada; trascendiendo su condición de abandono, soledad, negación y asco impuestos por su inventor.
A su vez, las citas presentadas es este ensayo nos permiten identificar la soledad y el rechazo como los detonantes que determinan la elección de la criatura por la venganza, el odio, la muerte y la desolación, convirtiéndose en una creación maldita. Quizá todos somos creadores de monstruos, de esas criaturas que contienen el lado oculto que negamos y escondemos, hecho de deformidades, y que, en el fondo, sólo quieren aceptación y compañía. Quizá Mary Shelley nos ayuda a reconocernos en nuestra verdadera y negada condición de seres heridos y defectuosos que buscan ocupar un lugar dentro de la sociedad.
La obra de Shelley no pasa de moda, es atemporal, porque nos confronta al autoconocimiento y a mirar nuestros miedos ocultos, ya que: “Los monstruos son necesarios, son la mejor manera de estudiarnos a nosotros mismos.” (12) Así, Frankenstein, la creación maldita, la creación que mata es la representación de nuestra propia naturaleza hecha de bondades y retorcimientos, es la metáfora de todo aquello a lo que le damos vida sin hacemos cargo, retándonos a aceptar nuestras sombras; conjurando nuestras propias muertes, maldiciones y soledades.
[1] Mary Godwin Wollstonecraft (Mary Shelley), nació el 30 de agosto de 1797 en Somers Town, Londres, Reino Unido y falleció el 1 de febrero de 1851 a los 53 años, su madre fue Mary Wollstonecraft, una libre pensante impulsora de los derechos de la mujer y la emancipación femenina. Su padre fue William Godwin, un pionero del pensamiento anarquista nacionalista.
[2] Los experimentos galvánicos fueron realizados por el médico, fisiólogo y físico italiano Luigi Galvani a fines del siglo XIX. Utilizaba descargas eléctricas para generar reacciones y movimientos en los músculos de los seres vivos y muertos.
Notas de las citas empleadas:
(1) Diccionario filosófico. 1965:91
(2.) Mary Shelley. Frankenstein. 2002: 39
(3) Mary Shelley. Frankenstein. 2002: 48-49
(4) Esther Cross. La mujer que escribió Frankenstein. 2018: 85
(5) Mary Shelley. Frankenstein. 2002: 88
(6) Mary Shelley. Frankenstein. 2002: 118
(7) Esther Cross. La mujer que escribió Frankenstein. 2018: 87
(8) Mary Shelley. Frankenstein. 2002: 134
(9) Mary Shelley. Frankenstein. 2002: 130
(10) Teresa Colomer. Estudio de la obra. En Frankenstein o el moderno Prometeo. 2002: 217
(11) Esther Cross. La mujer que escribió Frankenstein. 2018: 19
(12) Teresa Colomer. Estudio de la obra. En Frankenstein o el moderno Prometeo. 2002: 221
Bibliografía:
Cross, Esther.
2018. La mujer que escribió Frankenstein. La Paz: Plural editores
Shelley, Mary
2002. Frankenstein o el moderno Prometeo. Barcelona: Edebé
Ilustración: Verónica Stella Tejerina Vargas
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