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Godard: vida y muerte de un siglo

¿Quién es Godard? El autor de este texto ensaya una respuesta, con ancla en el libro Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard, y una reflexión en torno a la vida y obra del influyente cineasta francés que acaba de fallecer.


Hablar de Jean-Luc Godard es quizá hablar sobre un siglo que ya no existe, ni como fórmula ni como estilo. Solo nos resuena como una experiencia que deseamos que no hubiera concluido. Es el tiempo en el que la experiencia primaba antes que el conocimiento y el conocimiento era tan solo el último momento de arribo de la experimentación.


El cine, en especial el cine francés, constituyó una manera de contar los hechos emocionales. No intentó captar solo un tiempo social e individual, sino que nos traspasó lo que significaba estar vivo y sentirse de una determinada manera. Sabíamos, a través de esas películas, que el mundo podría ser otro.


Godard nos hizo pensar que la vida podía sentirse a través de los gestos y las señales; que un mundo podía ser construido solo con imágenes y así, a los que deseábamos escribir, nos indicó un camino repleto de posibilidades. No es tan solo el tratamiento de un color o el modo en que se enfoca una determinada escena o el decorado o la cámara que se acerca a un rostro; ni tan simplemente la lentitud del acercamiento para lograr una intensidad y un sentido que da significado a través de una improvisación en el diálogo. Quizá es todo eso al mismo tiempo.


Aquello nos encandilaba y nos sometía luego a intensos y casi interminables debates sobre lo que pudo haber deseado decir, o sobre cómo nos sentimos o sobre si de verdad ese era el tema de la película. Nos encontramos reconociendo que, en los tramos menos ruidosos y coloridos, Godard lograba contar mucho más que cualquier otro.


En cierto modo era un purista. Y del estilo más calculado. Una muestra de ello está en el desarrollo del intelectual, del crítico de cine y del cineasta que se refleja en el libro publicado por primera vez en español en 1971 por Barral Editores de Barcelona bajo el título de Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard. Seguramente Carlos Barral, tras encandilarse por el nouvelle vague, decidió que no podría existir mejor manera de acercar ese modo de pensar y de hacer cine al público de habla hispana y fue cuando encargó la traducción de este libro salido en Francia en 1968.


Es una suerte de declaración de principios. Quizá en primera instancia se pueda leer así, como la trayectoria intelectual de un hombre que dio su vida al cine. Luego, como la historia sentimental de una pasión. El cine como escenario y como sustituto de la vida. Y hacia el final, el libro también funciona como el tratamiento por escrito de una época en movimiento.


Es este sentido el que nos llama la atención, porque parecería que el libro dicta que una biografía no son los hechos de nuestras vidas, sino nuestros actos, aquello que hacemos, lo que decimos sobre los demás y lo que pensamos sobre nuestro tiempo. Nuestra biografía es nuestro arte, nuestro oficio, y lo que queda de él cuenta nuestra historia. Así, mucho antes del final de su vida, Godard ayuda a reunir materiales dispersos y edita un libro que resume sus facetas. El joven que funda revistas de cine como cinéfilo para decirle a todo el mundo por qué es importante el cine. El joven que se anima a escribir reseñas y críticas de cine. Este ejemplo lo vemos luego en Latinoamérica en escritores tan importantes y distintos como Andrés Caicedo, Alberto Fuguet, Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrera Infante y Juan José Saer. El impulso es escribir sobre el cine, transmitir una noticia sobre una película y la noticia no es el resumen de la película, es lo que cada quien entendió de ella; pero restando un poco la emoción y tratando de leer la película como un discurso, como una forma, como un mensaje y posteriormente, como un objeto de arte que tiene reglas propias que siempre se transforman.


Godard atraviesa esa etapa y se dedica al ensayo más analítico, casi explicativo, en el que da cuenta de lo que el cine significa como arte y como técnica y los recursos necesarios para llevar adelante la redacción de un guion, el sentido de los objetivos y las cámaras y los problemas con los productores y distribuidores. Sus ensayos en este libro pueden ir en una línea de confrontación porque se nota la insatisfacción que tiene con respecto al campo cultural francés y en relación a los circuitos de visionado de las películas que realiza y cómo se fueron entendiendo cada vez de forma más y más confusa.


Y finaliza Godard bajo una suerte de ruptura de la muralla en la que se reúnen entrevistas en las que da cuenta de su trayectoria bajo un sentido socialista de la autocrítica y así se nota, en este momento, el nuevo rumbo de su cine. Es el punto de quiebre. La piedra de toque de un estilo. De la pureza absoluta de la intimidad y la textura del ensueño y la disolución del tiempo hacia la apuesta de la comunidad y de la revolución y la política ya no solo entre cuerpos sino como consigna ideológica que ya no tendrá miedo en esgrimirse en diálogos cada vez más largos y sustantivos.


Hay un poema muy divertido y testimonial:

CARTA A MIS AMIGOS

PARA APRENDER

A HACER

CINE

JUNTOS

Yo juego

Tú juegas

Nosotros jugamos

Al cine

Tú crees que hay

Una regla del juego

Porque eres un niño

Que todavía no sabe

Que es un juego y que está

Reservado a los mayores

De los cuales ya formas parte

Porque has olvidado

Que es un juego de niños

En qué consiste

Hay muchas definiciones

Y he aquí dos o tres

Mirarse

En el espejo de los demás

Olvidar y aprender

Rápida y lentamente

El mundo

Y a uno mismo

Pensar y hablar

Chistoso juego

Es la vida.


Este poema fue publicado en la revista L´Avant-Scene du Cinema N° 70, de mayo de 1967. Y posiblemente resume de la mejor manera posible el significado del cine para toda una generación de cineastas, cinéfilos, críticos y amantes del cine. El crítico chileno Héctor Soto alguna vez dijo que el cine podía dividirse entre un antes y un después de François Truffaut, pero remataba la frase diciendo que sabemos quién es Truffaut porque hubo un Godard quien nos lo reseñó y mostró con otros ojos. Y es verdad. En este libro no se aguanta ni agota Godard en sacar cara, pecho y armas en favor de Los 400 golpes. Y lo que él lee en la película parecería ser aquello que Pierre Bourdieu quiso definir, establecer y escribir cuando redactó La distinción.


Y nunca se podrá olvidar ese capítulo de la serie El amante de Canal (á) en el que a modo de ver una película de Godard, tres amigos se pasan 40 minutos de programa relatando los sueños y anécdotas que tuvieron con Anna Karina, la gran musa de la nouvelle vague de Godard y quien sería también su esposa.


Godard nos atraviesa. Permea cómo vemos el cine y cómo entendemos a otros directores. Sabemos que la labor y el oficio del cineasta no es una cuestión de técnica ni una organización sobre el tiempo y el rodaje. Demostró al mundo que el cine podía ir más allá de la narración objeto que demostraba la relación imaginación-realidad desde el ángulo recortado de una experiencia íntima de un director. Pero en realidad el asunto fue más allá con Godard. Indagó en facetas, en frases, en silencios, en rostros y en modos de mirar a la cámara y dejó libres a sus actores para que pudieran encarnar mejor el papel. Pero también tuvo sus momentos de revancha, de rabia y de ira. Godard, como todo purista, también buscaba la perfección. Y al hacerlo no le importó herir sensibilidades y alejarse de las amistades que lo quisieron a pesar de todos los contratiempos.


Quizá por eso falleció por suicidio asistido. Casi completamente solo y casi en la pobreza más estoica que imaginarse pueda para un hombre que imprimió su nombre en el siglo y que cambió de forma radical el modo de hacer cine y de escribir sobre él.

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