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césar bisso / floriano martins

La pipa

Este ensayo escrito “al alimón” por el poeta y ensayista argentino César Bisso y el poeta y polígrafo brasileño Floriano Martins pertenece al libro Memorial de los abismos, (Colección Libros Imposibles, # 3, 2024; EntreTmas Revista Digital & Agulha Revista de Cultura).


Las cosas no son siempre lo que parecen. Abrir la puerta es una manipulación insuficiente de la conducta. El silencio es un lenguaje a través del cual entendemos el propósito de las palabras. ¿Cuándo termina una obra? La creación trae consigo una negación de los límites. Nos hace creer que detrás de cada sílaba hay un poema. Y que cada creador representa el último momento de la humanidad. La apariencia encierra en sí misma un riesgo de semejanza. La moraleja en el amor es el acto sexual. La evidencia oculta del paso de un cuerpo a otro. La grabación clandestina de un diálogo entre lo inesperado y la caja negra de las repeticiones. Toda catástrofe carece de sustancia o esconde entre sus escombros las diferentes versiones de rupturas y transformaciones. No importa cuántas veces nos sentemos a escribir el mismo poema. Siempre será elocuente como la destrucción de los mundos. Y en escena emite los sonidos propios de una ilusión. Como la alegoría que hace que todo sea inexplicable. El hombre ha aprendido a crear una desviación para cada realidad verbal. Si es de noche, el sol se esconde en un mueble-vajilla. Cuando el agua corre montaña abajo, la vegetación se convence de su inexistencia. La historia es la interrupción espontánea de todo lo que imaginamos. Enciendo mi pipa y se va volando.

 

¿Puede una pipa ser el misterio del origen? Conocemos mucho sobre los mitos de origen, pero no sabemos explicar por qué todos provienen de un mismo núcleo. De cualquier relato, en diferentes lenguajes, la trama de la historia del tiempo está sujeta a las raíces del azar. La dimensión del fuego de la memoria puede llevarnos a creer que una pipa convirtió a la palabra que es el mayor signo de comunicación. Los rasgos de nuestra infancia están marcados en el humo del ritual de tantos personajes que fuimos descubriendo: la ronda de los sioux compartiendo el calumet bajo la luna del desierto; el hábito de Popeye de quitarse su cuenco de la boca solo para comer espinacas; la ceremonia atávica del narguile en los cuentos orientales que nos leían nuestras madres. Son algunos retratos del delicado equilibrio entre la magia y la razón que produce una pipa. Ella nos acompaña desde siempre, es parte de aquellos sueños lejanos. Tenían la fuerza del poder, detrás de los largos bigotes del abuelo o del héroe descansando bajo la sombra de un árbol después de haber lograda la hazaña de vencer al enemigo. Dejemos de lado los prejuicios doctrinarios de considerar que nuestras creencias son verdaderas y aquellas de otras culturas o religiones son falsas. La pipa pudo haber sido testigo del ascenso al cielo de Jesús o del descenso a la tierra de Buda. O pudo no haber existido en los relatos de los maestros espirituales, pero nadie nos puede quitar el mérito de la invención u ofrecerle a ella el secreto del origen. Nadie más sutil que el pintor René Magritte, al crear aquella célebre obra que provocó su ruptura con el pensamiento realista. Un inmenso lienzo y dentro de él solo un objeto, del mismo tamaño del cuadro. Y su breve y pequeño mensaje, en un rincón inferior: esto no es una pipa. Tal vez con esa duda existencial comenzó a girar el mundo.

 

Quizás sea correcto decir que existe una distinción entre lo que pensamos y lo que vivimos, y que estamos destinados a cavar bajo nuestra propia piel en busca de posibles analogías entre ambas situaciones. Quizás sea apropiado vivir inspirados en lo que pensamos o incluso idealizar una intensidad mágica que nos permita vivir muchas vidas en cada despliegue de quiénes somos. Sin embargo, nunca sabremos a ciencia cierta cuál es la ventaja de elegir tal o cual extremo, el lenguaje no se define en medio de su desbordamiento. Al reflejar su voracidad o ímpetu, corresponde a una voluptuosidad de mundos susceptibles, correspondiendo a movimientos impensables, ruidos reveladores y una versificación irregular. Las formas tienden a un prosaísmo irónico. Son animales pequeños que no siguen las reglas de la naturaleza. En todo momento soñamos con nuestra transformación en otro cuerpo, buscamos una salida a las sombras distintas del núcleo de la materia que aprisionamos en la conciencia. En una página nos sorprende la escandalosa oscilación del pesimismo. Días después corregimos la confusión en la que habíamos notado que los sexos tienen matemáticas impredecibles. Y seguimos trasladando la realidad de una paradoja a otra, cifrando el deseo, desapareciendo entre párrafos resbaladizos.

 

No debemos inhibirnos intelectualmente, pero tampoco volvernos obsesivos en demostrar que somos portadores de conocimientos absolutos. Hay una diferencia entre saberes conformados por el rigor de la experiencia y aquellos que se nutren con el quehacer de la miserable vida cotidiana. Poseemos la pulsión por generar mayores misterios o enigmáticas verdades para configurar nuestro destino, pero debemos saber administrarla. La vida se consolida en la conjunción de la belleza con el deseo, no por obra divina, sino por el develamiento de lo mágico. La escritura poética es la marca del látigo de la perversión, del sacrificio de construir nuevas fortalezas donde alojar nuestra alma impura, de sobrevivir con los fantasmas del pasado. El saber nos sublima, como así también nos ensombrece. Necesitamos encontrar la palabra urgente, no abandonarnos en el recodo del camino a la espera de un milagro salvador. Sobre el escritorio o en el fondo de la pantalla siempre estará presente la figura de la pipa, elevando su humo hacia los bosques, las montañas y los ríos de la imaginación. ¿Existe algo más hermoso que soñar con lo imposible? Fuimos investidos por la furia de los sexos, pero nos hicimos débiles frente a una página en blanco. Tenemos miedo a sufrir dentro de ella, no impidiendo que las metáforas mueran antes de nacer. Demasiado saber no siempre ilumina el mejor camino. A veces es necesario escondernos detrás de la cola del dragón.   

 

En la plenitud de las cuevas donde las sombras planean nuestro miedo. En los hexagramas de un misterio insondable cuya primera traducción libre puede esconder el mejor paradero de nuestro futuro. En las venas del espíritu que Mallarmé supo navegar, olvidando las fechas exactas de causas y consecuencias. Ninguno de nosotros sabe comprobar el inquieto movimiento de las paradojas mientras nos interesa elegir frases excepcionales del jardín de la imaginación. Es necesario abandonar incluso la idea misma que constituye el abandono. Sin olvidar que sólo las palabras interpretan el mundo con sus juegos incondicionales. La creación es una antigua práctica del abismo que comienza en el momento en que escuchamos las sílabas del nacimiento respirar nuestro nombre. La primera videncia es la invulnerabilidad permanente. La bifurcación impresa en las tablas del lenguaje. Poco a poco descubrimos que la perfección del mundo es inaccesible en el tiempo cíclico de cada letra, cuando las esbozamos en los espacios perdidos de las fantasías. Poco a poco vamos inventando las mutaciones con las que llenamos nuestra vida de los misterios más inevitables. El nacimiento de la primera pipa es la indagación visceral de toda crisis de identidad. ¿Quién habla cuando el silencio transfigura la naturaleza de las formas?

 

Quizás el humo sea la completud del silencio. Nadie ha podido esclarecer la verdad de sus orígenes y su destino. El dilema corre por las intrincadas venas de la historia del lenguaje. Cuántos enigmas aún debemos resolver para descubrir la naturaleza del hombre. A cuánta distancia queda de nosotros el eco del primer vocablo lanzado al aire. Y cuántos espacios de tiempo han sido dominados por la oscuridad. Debemos seguir la senda de las almejas hacia el mar de la virtud, sumergiéndonos en la arena cuando el embate del viento de los infiernos barra con los asesinos del amor y los ladrones de ilusiones. Y volver a salir en busca del sol, porque ya no seremos almejas sino partículas de luz disgregadas en la arena. Así nos hicimos partícipes del destino a través del lenguaje, aprendiendo a comprender el silencio y leer los símbolos del cielo, donde cada estrella es una palabra y la vía láctea se convierte en el libro de las maravillas. Entonces no habrá dioses que nos dicten sentencias, ni profetas que nos apaguen el fuego de la sabiduría. Donde arrojemos nuestro corazón siempre arderá la magia de soñar, el misterio de escuchar, el arte de disfrutar lo que nunca hemos dicho o, simplemente, el deseo de sentirnos en medio de la noche un poema sin palabras o la humarada de un calumet. Y el silencio nos convierta en calabazas.

 

O tal vez el silencio aprenda a contar cuántas sombras hay en cada palabra. La luz que chupamos del sol puede escribir una historia llena de recapitulaciones, porque el hombre está atrapado en la última versión de sus ensoñaciones. El dinero con el que pule sus espejos nunca es el mismo que la otra moneda que le valió las sucesivas etapas de sus conquistas, las miserables rutinas del cielo y del infierno, la asimilación de las dudas y el fantasma de la libertad que se vuelve deudora con cada imagen que pierde en las cartas… Los libros son una irrupción de coincidencias, como la violenta aventura del solipsismo, los casos contemporáneos de descubrimientos de nuevos minerales y los avistamientos de platillos voladores desde las ventanas invisibles de los moteles. ¿Cuándo empiezan a producir ruinas las pipas? ¿Quién sería el más adecuado para compilar estos desastres circulares de humo? ¿Qué pasa si la conciencia nos asegura que la historia del arte no es más que una quimera mal juzgada en manos de sus marchantes? De este modo, los museos estarían llenos de falsas maravillas. Las civilizaciones tendrían que revisar sus mitos. Noche agitada de mentiras, noche con un pasado irracional, oh noche… Los lugares comunes son los predicados vitales de cada impresión que tenemos de nuestra existencia.

 

Solo las palabras hablan del mundo que inventaron sin nosotros. Ellas son hijas de la naturaleza, se alimentan de la sal de los mares y de la última gota de rocío que cae en los desiertos. Son las señales de humo que cruzan las montañas, los ejércitos de nubes que navegan sin descanso, las espadas que derraman la sangre de los mitos. Cada hombre, cada mujer, son fragmentos de la nada. Los bienes del universo, las bondades de la tierra fértil y del agua pura, el conocimiento de las artes, la proliferación de las razas y las culturas, pertenecen a las palabras. Y entre esos dones emerge el saber y la belleza, para que nosotros sepamos distinguir la diferencia del amor y el odio. Heráclito nos hizo vislumbrar que todo lo gobierna el pensamiento a través de todas las cosas. Y el lenguaje funciona como el gran manzano que da sus frutos a un mundo desconocido. No somos dueños de ninguna verdad, no existe sacrificio que nos enaltezca como forjadores de la luz. Aún vivimos bajo la sombra de la ignorancia, maniatados entre las cadenas del miedo. A la humanidad quizá le sobren palabras, pero le falta el habla. Necesitamos nombrar las cosas por su nombre para elegir nuestro destino. No basta haber descubierto que, en el acto de mirar una flor, esté depositado el milagro de vivir. Reguemos con poesía el infinito.

 

Cuando se hizo imperativo establecer una imagen de los opuestos, la pipa apareció como una chispa mística. El centro de los instintos, la lucha interior de los símbolos, la clave de los augurios. ¿A quién pedir que defina la creencia en las cosechas y en la bifurcación de caminos con otras evidencias? Un demonio recolector de cerebros ha dado un nombre a cada uno de ellos y, al reunirlos, creó el primer diccionario. Hay un salmo que se refiere a la maldición como un manto de cenizas. Otro debe afrontar el peligro de los huesos que, envueltos en lianas, escapan a los artificios de los significados religiosos. Seguramente debe haber una mesa puesta esperando a cada mundo. Vinos, faisanes, aceites, mujeres identificadas con sus juegos, los extraños círculos del poder de las palabras. Los asesinos apelan a vocaciones exiliadas. Todo cambia según la embriaguez de los derviches, la ambivalencia del clítoris, el último aliento de la garganta de los cisnes. La fiesta estuvo guardada en una caja fuerte durante mil años y ahora pasa de mano en mano como un objeto cuyo nombre está prohibido mencionar.

 

El desgarro de la impotencia. Saber la respuesta antes de hacer la pregunta es el principio de la barbarie. El diccionario ya no es dueño de nuestra inquietud por descubrir el sentido de las palabras. La fiesta está en otra parte. Habrá que buscarla en los juegos macabros de las redes sociales, en pantallas intrusas que exhiben falsos orgasmos para deleite del anacoreta, en los diábolos mercaderes de la maldad, en las despiadadas imágenes que evocan el mundo pobre, enfermo y hambriento que los poderosos césares, reyes y dioses supieron construir para otros, no para ellos. Fuera de la razón, todo es posible. ¿A quién le concierne el libre albedrío? ¿Es un espacio de felicidad o locura? Nadie elige convivir con asesinos, pero ellos tienen ojos para la muerte y no nos dejan de mirar. Y nosotros solo deseamos hallar el punto de equilibrio de la existencia. La danza circular del derviche expresa la imperiosa búsqueda de nuestro lugar en el universo. Impulsar cuerpo y mente hacia el centro de uno mismo, como una pipa que lanza el humo hacia el cielo. Detrás de esa estela mágica se expande el pensamiento, la energía de la creación, el goce de lo imposible y la libertad de abstraernos ante la brutalidad del destino. Embriagarnos de palabras para escapar de un ayer que no será peor a mañana.

 

— Señor Magritte, ¿puedo entrar? ¿No es un error o una herejía suponer que yo estoy dentro y que tú, estando fuera, quieras entrar? Quizás la ilusión tenga una visión muy personal del mundo, hasta el punto de que ninguno de nosotros estamos seguros del lugar que ocupamos en nuestras vidas. Por supuesto que puedes entrar, pero ¿qué pasará con tu deseo cuando descubras, estando dentro, que no me encuentro por ningún lado?

 

— ¿Crees que debería abrir la puerta para encontrarte afuera? Si continúas así, humillado por la ironía, pronto me dirás que quieres saltar o simplemente caer. Hay una especie de molde que hace que la realidad se envenene con las circunstancias más contradictorias. La relatividad será la última luz encendida cuando todos se hayan ido. No hay respuestas instantáneas a preguntas que aún no se han formulado. Uno de nosotros tendrá que aprovechar la oportunidad, dispersar el rebaño de eslóganes, explorar las piernas de encaje de todas las declaraciones eróticas. Quizás ahora quieras suspender tu búsqueda de un sincretismo de paradojas. Blavatsky, Fourier, Artaud: ¿estaban dentro o fuera? El maquillaje es la tragicomedia de un materialismo científico que ha hecho la vida precariamente regular. La moda es la única contingencia obsesiva y fluctúa según las tormentas del mercado. En lugar de entrar o salir, ¿no fumarías una pipa conmigo?

 

— ¿Por qué no debería hacerlo, señor Magritte? Usted dibujó una gran pipa y abrió la puerta del misterio. Y, créame, entré a esa gran casa recargada de obsesiones y rituales, recorrí las habitaciones que celebraban la vida y la muerte con igual arrobo místico, bebí los vinos dulces y secos hasta agriar mi garganta. Y volví a mirar las figuras, los colores, los símbolos. Después me acosté sobre la alfombra de los magos celestiales, junto a todos los infelices de la tierra, que no se animan a soñar. Y encontré una mesa en completo desorden, con platos sucios y papeles arrancados de un cuaderno, donde había palabras, muchas palabras sueltas, como si hubiesen escapado de la página de un libro y no encontraron la manera de volverse canto, oración, sentencia, poema. Y en un rincón, casi cayéndose de esa mesa, apoyada sobre las cenizas, estaba ella, la pipa, brillando como una luciérnaga en medio de un témpano. Y me di cuenta, señor Magritte, que allí en ese preciso lugar y en un mismo instante, hallé el origen de los tiempos. Su cuadro reveló que el Big Bang no fue la explosión que formó el universo; que todo resultó del chasquido de una cerilla. Así encendió la eternidad.

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