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mauricio souza

Sobre Habitar la lectura, homenaje a Cachín Antezana

Texto leído en la presentación en La Paz, del libro Habitar la lectura: Homenaje a Luis H. Antezana (Plural, 2024).



Habitar la lectura (CIDES / Plural editores, 2024) es, como ya lo anuncia su título, el homenaje a un lector excepcional: el ensayista, crítico y profesor Luis H. Antezana (Oruro, 1943). El libro reúne lecturas y testimonios sobre la obra y vida de Antezana de una docena y pico de autores: Virginia Ayllón, Claudio Cinti, Luis Claros, Mauricio Gil, Gonzalo Lema, Fernando Mayorga, Antonio Mitre, Eduardo Mitre, Rodolfo Ortiz, Óscar Rivera-Rodas, Javier Sanjinés, Mauricio Souza, Luis Tapia y Mónica Velásquez. Al final del libro, se incluye la notable (y muy útil) bibliografía de la obra de Antezana –obra en parte todavía dispersa en publicaciones periódicas–, elaborada por Alfredo Ballerstaedt (que también es editor del libro).


Escritos en registros diversos por autores de generaciones distintas, los textos de Habitar la lectura tienen, sin embargo, un mismo aire compartido, una unánime familiaridad: son acercamientos a Antezana propuestos desde la amistad, desde el afecto común hacia un lector lúcido y generoso. No pocos de los participantes en este tomo, de hecho, se ocupan precisamente de describir y dilucidar esa generosidad, es decir, de identificar las contribuciones de Antezana a los oficios de la lectura en Bolivia. Contribuciones que podríamos retratar de dos maneras:


Primera descripción: La generación de la revista Hipótesis

Agrupados alrededor de la revista Hipótesis (Cochabamba / La Paz, 1977-1987), de adiestramiento y carrera académicas todos ellos, los críticos de este momento generacional se demostraron unidos por su atención a preocupaciones comunes, que son sin duda, por otra parte, las que han determinado, hasta hoy, la agenda de la crítica literaria contemporánea en Bolivia: la insistencia en leer la literatura en cuanto lenguaje diferenciado –y no contenido o descripción social directos–, el deseo de abrir la literatura a lógicas subalternas (indígenas y orales), el fervor recuperador de textos olvidados o mal leídos, la disquisición sobre la construcción imaginaria de las identidades.


Tal vez el ensayista dominante de este grupo –y de la segunda mitad del siglo xx– sea Luis H. Antezana. Ya con sus primeros ensayos dedicados a la literatura boliviana (de 1976 y 1977), Antezana impulsó algo que por entonces comenzaba a ser más frecuente en la crítica boliviana: lecturas inscritas desde un apetito teórico. En su caso, esa “teorización de la crítica” excedió tempranamente los límites de una “aplicación” de esta o aquella idea recién adquirida y más bien empezó a perfilarse un ejercicio reflexivo, una práctica que acude a lo teórico en función de las sugerencias y demandas de aquello que lee.


Segunda descripción: El manual de un buen lector

Escritos a lo largo de casi medio siglo, los cientos de ensayos de Luis H. Antezana dejan entrever el diseño de una práctica, de una ética de la crítica, una de las más influyentes de nuestra historia.


De sus textos se puede decir, en general y en principio, dos cosas que, de hecho, el mismo Antezana señala en sus Postdatas(redactadas para el tomo de sus Ensayos escogidos de 2011): primero, que son ensayos sobre obras de la literatura boliviana que no “habría que dejar de leer”, o sea, clásicos de nuestra literatura. Y, segundo, que escenifican una práctica que es menos la “crítica” (entendida en tanto valoración o juicio) y más una forma en que ese acto originario –el de leer– es llamado a continuar generosamente su camino junto a otros lectores. La lectura, entonces, fiel a los textos que lee, es una pascana, comprendida esta en sus dos acepciones: provisional momento de un viaje/transcurso, pero también posada o residencia en el camino. Incluso el punto de llegada no es sino otra pascana en los ensayos de Antezana: estos no se “cierran” o reposan, sino que se “suspenden”. Felizmente, nos dice él mismo, “así toda lectura se queda en el camino”.


Si creyéramos aquello de que “saber leer es saber relacionar”, ¿en qué consistiría esta sabiduría en las lecturas de Antezana? A modo de cerrar estos apuntes, este largo brindis, imaginemos el hipotético “manual de buen lector” que los ensayos de Antezana postulan:


1. Sus lecturas suelen proponernos un modelo de referencia, casi una ecuación (o relación). Luego, ese modelo es puesto en funcionamiento, descrito en su movimiento y, a veces, dispersión (casi topológicamente). Algo de matemático hay en esto: una vez postulada, la ecuación inicial de lectura es después desarrollada o probada, con elegancia, en su detalle.


2. A Antezana le interesan menos las hipótesis de lectura que configura (generalmente expuestas al principio de sus ensayos) que su funcionamiento, su actividad (no una “estructura”, dice, sino “un proceso de estructuración”). Como en toda buena relación (amorosa, intelectual, ética), importan menos los términos que ella articula que el hecho de que esa relación cree un “espacio de articulación” donde, al movernos, dejemos de ser lo que somos. No es casual que, tempranamente, Antezana se sienta atraído por el concepto de “nomadismo” de Gilles Deleuze: los sentidos se hacen en el camino y las lecturas son una pascana.


3. Hay, por eso, una cierta provisionalidad no excluyente en las lecturas de Antezana: son condicionales, hipotéticas, tentativas. Marcan un posible recorrido (o interpretación) y se obstinan en enlazar sus pruebas para probarse en ese trabajo expositivo. En el camino, Antezana señala otras posibilidades, cabos sueltos, senderos o pasos alternativos. Esas señas, a medida del avance, son dejadas en ruta como lo hacían con las suyas Hansel y Gretel: son numerosos los “apartes” –marcados, por ejemplo, con las frases “dicho sea de paso”, “quizá”, “¿por qué no?”– que indican los conjeturables desvíos que, quizá, otro lector, en otro momento de la lectura colectiva, decida tomar. Los que llama sus ensayos “más experimentales” (dominados por un modo “condicional”) son aquellos en los que, menos atraído por los mapas y los planes de ruta, Antezana se desplaza por donde lo lleva el camino. “Relacionar”, en este caso, es un ejercicio evocativo que reproduce las maneras en que una conversación, oral, construye su propio sistema de relaciones.


4. Esta comprensión de las relaciones atañe también a lo que, desde los años sesenta, se empezó a llamar teoría. La relación de Antezana con ella es la del bricoleur: adapta y adopta aquello que, a la mano, le sirve para leer, sin pudores disciplinarios o entusiasmos dogmáticos. En ello, su relación con la teoría no es jerárquica: no ‘aplica’, deductivamente, conceptos –no convierte la literatura en una ilustración de abstracciones–, sino que esas abstracciones parecen ser exigidas por el texto, casi como una mano que demanda, en su trabajo, herramientas adecuadas a su hacer. O como escaleras que son tales porque las usamos para subir.


5. Y aunque sus ensayos son de los que más han hecho para que la literatura boliviana sea leída en tanto literatura, Antezana nunca olvida que las relaciones que esta organiza suponen un afuera, un horizonte de inteligibilidad que es precisamente el que explica que podamos entender. Relacionar, entonces, es también relacionar el texto –que no es sino un sistema de mediaciones– con un horizonte institucional (la “literatura”, la “historia”, el “orden de lo irremediable”), límite o condición de lo que la literatura puede decir, dice o, simplemente, es incapaz de decir.


6. Esta práctica crítica convoca la sospecha de que “las relaciones” descritas son también una filiación, sospecha que tiene una doble consecuencia: la lectura se sabe una actividad que es parte de la literatura boliviana (como si cada literatura, para serlo, exigiera que se la lea, se la articule, se la produzca) y, a la vez, es una invitación a leer los textos que lee, a crear una comunidad de lectores. Este es un doble efecto que no pocos hemos comprobado: los ensayos de Antezana anuncian el advenimiento de algo, hasta entonces solo realmente visible en la obra crítica de Carlos Medinaceli, que podemos ya llamar “literatura boliviana”.

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