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¿Y quién soy yo? Una lectura de la búsqueda individual en La Pesadumbre

Rudy Terceros inaugura “Autores leyendo autores”, una iniciativa de 88 Grados, La Trini y La Ramona en la que escritores de Editorial 3600 reseñan libros de sus colegas. En esta ocasión, Terceros nos habla de La pesadumbre, libro de cuentos de la autora cruceña Gloria Ardaya.


 

Seguramente es la literatura una de las maneras de encontrarse a uno mismo, al menos eso es lo que se ha dicho del arte en general y de la escritura en particular. Pero, ¿cómo emprender precisamente esa búsqueda que —ojalá— culmine en el encuentro? ¿Se es acaso consciente de esta determinación cuando se empieza a escribir? (o a leer, porque, sin duda, si para el escritor puede significar una búsqueda de sí mismo, por supuesto que lo mismo ocurre con el lector que a veces se halla reflejado en aquello que está leyendo). Intervienen entonces los temas que se tratan. El primer paso de la lectura es buscar el libro, o más bien, encontrarlo —aunque esto parezca un sinsentido retórico—. ¿Cómo ocurre esto? Casi siempre la respuesta a esta pregunta es un misterio disfrazado de coincidencia.


La Pesadumbre es un libro de relatos de la autora cruceña Gloria Ardaya, publicado por la Editorial 3600 en 2023 que bien puede ayudarnos a buscar la respuesta a estas preguntas. La autora es también editora y conferencista, librera y docente, posee un postítulo y un diplomado en escritura por la Universidad Privada de Santa Cruz (UPSA). Su relato Memoria Emocional recibió Mención Honrosa en la edición Ciudadano del diario The Clinic (Chile) y fue publicado en Diario do Turismo (Brasil). Dignidad fue publicado en la revista Catáloga Colectiva (Chile). Ha escrito reseñas literarias para Ramona Cultural. Actualmente, estudia Filosofía y Letras en la Universidad Católica Boliviana y es fundadora de Imilla Librera. En sus propias palabras disfruta su tiempo libre —si es que un escritor en realidad lo tiene— en explorar librerías, cafeterías y museos, en descubrir lugares en bicicleta, en ver cine independiente, en leer y pasear con sus mascotas, Maxi y Negrito —a quienes ojalá un día conozcamos quizá en alguno de sus tan realistas cuentos—. Para la época de escribir este libro, nos explica, estaba leyendo a Claire Keegan, Amparo Dávila, Samanta Schweblin, Anton Chejov y El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza. Textos que sin duda han influenciado la escritura de La pesadumbre; sobre todo, en opinión de este reseñista: Samanta Schweblin, pues en la lectura no se puede dejar de pensar en libros como Distancia de rescate (Schweblin, 2014) donde la exploración interior hace que se recurra al estudio de hechos del pasado.


Son ocho los relatos que hacen a La Pesadumbre: “La pesadumbre”, “El deseo”, “La aniquilación”, “Solsticio de invierno”, “La despedida”, “Dignidad”, “El reencuentro” y “El diario de Mónica”; combinados con temas como el abuso, el paso del tiempo, el remordimiento, la resignación o la pasión, hallamos una presencia constante e innegable del Yo formado por el narrador en primera persona, recurso estilístico que suele otorgar al escritor y al lector un aire de intimidad; como la misma autora refiere: “Encuentro que el narrador en primera persona tiene más poder, más cercanía con el lector o lectora”, y esto sin duda se logra a través, también, de la construcción de sus personajes que resultan tan cercanos como un vecino que ves todas las mañanas al salir al trabajo y a quien no le das mayor importancia, seguramente embebido en tus quehaceres rutinarios; pero que tiene una historia —como todos la tenemos en realidad— que, si pudiera contarte, a lo mejor quedarías tan cautivado como al leer La pesadumbre.


Entonces, ¿cómo podríamos emprender esa búsqueda del yo? La literatura tiene la virtud de hacernos viajar en esa búsqueda, y la escritura de Ardaya, además nos ofrece un viaje geográfico a través de sus historias que transcurren en distintos puntos del orbe como Santiago o Samaipata. “El único lugar que no conocí es Mozambique, el resto si los he conocido. Sin embargo, mi enfoque del cuento ‘Aniquilación’ es un llamado a cuestionarnos sobre nuestro comportamiento hacia los otros, muy ligado a la ambición de poseerlo todo, sin darnos cuenta de que no todo nos pertenece. Creo que, en muchos casos, estamos siendo demasiado individualistas, creyendo que somos inmortales y que este planeta Tierra nunca se agotará”, son las reflexiones de alguien que está en una búsqueda en la que nos invita a analizarnos a nosotros mismos y a nuestras actitudes con estos temas tan diversos que en ocasiones se sirve de la anécdota para explicar un punto importante.


¿Es consciente de la búsqueda de sí mismo el que escribe o el que lee? Muchas veces nos vemos —sobre todo si el texto que abordamos es rico en interioridad de sus personajes— reflejados en el libro que tenemos en las manos. Otras veces vemos el reflejo de nuestra sociedad en las anécdotas que hacen a las historias que disfrutamos (o padecemos) de tal manera que el libro se convierte entonces en una tesis sobre la cual especular, porque no es menos cierto que la manera de escribir de un autor es un reflejo de su manera de pensar. En este sentido, Ardaya nos dice: “En La Pesadumbre, la femineidad se presenta como un tema central, pero mi enfoque no necesariamente se limita a una perspectiva feminista en el sentido estricto del término. Si bien no me considero activista en el sentido tradicional, creo firmemente en la importancia de la igualdad, la justicia y el reconocimiento de las voces femeninas en todos los ámbitos. La literatura es una herramienta poderosa para reflexionar sobre las realidades de las mujeres, sus luchas y sus fortalezas. A través de mis relatos, busco dar visibilidad a las experiencias y emociones que conforman la identidad femenina”, así ocurre, por ejemplo, en “El diario de Mónica” donde uno de los personajes de Ardaya decide escribir acerca de su vida, tal vez en el intento de entender su camino. Es aquí que la autora ahora recurre a un estilo epistolar confesionario al hablar de un amor que acontece en un Santiago de Chile cuyo frío casi podemos sentir en la piel al leer (¿o será más bien el estremecimiento al ser testigos de las confesiones?). “Me siento segura, me agrada el orden, el cerro San Cristóbal para correr los domingos, el cine Alameda para disfrutar de las películas independientes…”


Ahora la autora le cede la narración a Mónica, que a su vez decide contarle todo a “Imilla”, un alter ego que le ayudará a entender (o al menos a buscar) las razones (si las hay) de lo que le ha ocurrido con Fernando; un “parlanchín” pseudorevolucionario que llega a conquistarla. “Cuando por primera vez te vi/ supe que el cielo era para tí y para mí…” dice la canción que escuchan en su primera cita (“Un Amor violento”, Los Tres; canción que fácilmente podemos encontrar en línea. “La primera vez que la escuché fue en un asado del trabajo. Uno de los chicos que formaba parte de mi equipo, la cantó con guitarra. Al terminar, le pregunté por el título y el autor”, nos confiesa Ardaya).


La autora relata la ternura del enamoramiento, primero, y la pasión, después; con un trabajo sobre el erotismo, no nos decepciona con el odioso y al día siguiente… sino que nos lleva a conocer las posibilidades de los personajes en el ritual de la entrega. “Mientras subíamos por el ascensor nos besamos intensamente, bajó por mi cuello y me quitó la chaqueta de cuero, luego me di cuenta de la cámara de seguridad, nos movimos hacia el otro lado donde ‘supuestamente’ no se ve y continuamos besándonos, metió su mano helada debajo de mi blusa, las puertas del ascensor se abrieron”. Aquí vemos una muestra de las imágenes que nos ofrece la autora, llena de metáforas y descripciones que “muestran” mucho más de lo que las palabras escritas. Y es esa otra de las virtudes de este libro: la manera en que el uso de las metáforas hace que veamos imágenes de otra manera veladas.


La evolución de la relación de Mónica es una muestra de lo que ocurre en los relatos del libro, de las búsquedas de sus diferentes personajes; en este caso en particular aquel Fernando que se muestra sutilmente como controlador, termina por convertirse en un acosador, anotación que no consideramos necesariamente uno de esos consabidos spoilers porque como suele ocurrir en las narraciones bien construidas, lo importante no es la meta sino el camino, la búsqueda, la exploración;  “pero también considero que mi trabajo no se reduce únicamente a una perspectiva de género; más bien, es una exploración humana que incluye, pero no se limita a, las cuestiones de la feminidad” concluye Ardaya.


La sensación al terminar de leer La pesadumbre nos va a acompañar por un largo tiempo. Sus recursos sobre todo metafóricos hacen que continuemos leyendo entretenidos; pero ese es casi un engaño, porque al mismo tiempo vamos reflexionando sobre las vidas de estos seres ya no de papel sino de piel y sangre. Al principio no lo sabíamos, pero después ha de ocurrir: nos veremos en una autoexploración que no va a terminar con el punto final del último relato, más bien va a continuar dentro de nosotros mismos, en ese caso ¿por qué no?, bien podemos volver a algunas de las historias y releerla, como hice yo y así, tal vez, concluir en una autorrevelación que nos ayude a responder a aquella vieja pregunta: ¿y quién soy yo?



 

Edición: Adrián Nieve

Arte: 88 Grados

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