Una de las más interesantes propuestas de la FIL 2022 es Hemos sido felices por mucho tiempo (Parc), el libro de cuentos de Mauricio Murillo. Acá decidimos no quedarnos solo con una aproximación al libro, sino también con las impresiones y experiencias del autor.
Como lo acaba de poner de moda Quentin Tarantino, los relatos de Mauricio Murillo parecen basados en películas de suspenso. En ese escaso buen cine clase B que tanto reivindica el director devenido en narrador. En ese cine que se enfoca en diálogos y guiones sólidos ante la falta de presupuesto para efectos especiales. Y, a la inversa, muy bien pueden los relatos de Hemos sido felices por mucho tiempo (Parc, 2022) ser el punto de partida de una buena producción audiovisual.
En “El arenero” las pocas familias de un pueblo se enfrentan a un fenómeno sobrenatural, que no es desconocido (para ellos). Los adultos saben que algo está pasando (otra vez) y los niños ya empiezan a enfrentarlo. Ya nada se puede hacer: “Al otro lado de la puerta, antes había estado lo familiar o la apariencia de lo familiar, ahora había un territorio amenazante”.
En “El hotel del lago” (que, para seguir con el cine, tiene algo de El resplandor, pero sobre todo de El fin de los tiempos), tres mujeres se suicidan en el mismo hotel en pocos días. En “Tabique”, una mujer tiene un lazo extraño con los perros: quiere salvarlos, pero los condena. Y se condena con ellos.
En “Subsuelo”, la tranquilidad en un edificio familiar se ve perturbada por la llegada de una extraña pareja de vecinas. Solo el narrador-protagonista percibe el absurdo y la falta de lógica. Nadie le cree y se queda solo en su laberinto: “Tendría que haber visto algo en eso, un presagio de lo que venía. Aunque es fácil decirlo desde acá”.
Cumpliendo la regla básica de todo relato (o película) de terror, no hay nada explícito, sino pistas, sugerencias. En este caso presencias (y/o ausencias) que se intuyen, sospechan y sienten. Sutiles, casi imperceptibles, pero decisivas. El olor en “Tabique”; ese algo que trastorna en “El hotel del lago”; la inexplicable suerte que corre la hermana en “Centro de acogida”; ese no se sabe qué en “El arenero”; eso que acorrala poco a poco al protagonista de “Escucharás perros acercándose”.
La falta de detalles y “acción-desenlace”, son el sustento de mucho de los cuentos. Apenas se da pistas e insumos para la imaginación. Lo desconocido es lo que más asusta, dicen. La inminencia es otro atributo clásico del género que Murillo administra con eficacia: “No estaban a salvo. Algo Iba a pasar. Habían sido felices por mucho tiempo”, entienden los protagonistas de “El arenero”.
Son, por lo demás, cuentos de individuos y familias comunes y corrientes. Historias y contextos reconocibles de bolivianos, de paceños. Idiosincrasias, actitudes, reacciones y modismos del habla bien registrados y transmitidos.
Un caso aparte es “El cuerpo fantasma”, cuento kafkiano que, con el marco de la corrupción de la burocracia, se detiene en los fantasmas personales de un funcionario con culpas y remordimientos. Hay algo todopoderoso de lo que no se puede escapar. Y no es, precisamente, la sucia maquinaria burócrata: “El tiempo no había sido justo con él, que solo quería que volara, que no se detuviera, que el paso de los días no se estirara. Por eso, aunque no podía hacerlo tanto, lo único que deseaba era dormir, ahí sí transitaba por el mundo con anestesia”.
Las presencias/ausencias, decíamos, determinan todo en este libro. Evidentes, sugeridas, o pasadas por alto. Todo está en sus manos.
“Son, por lo demás, cuentos de individuos y familias comunes y corrientes. Historias y contextos reconocibles de bolivianos, de paceños. Idiosincrasias, actitudes, reacciones y modismos del habla bien registrados y transmitidos.”
Mauricio Murillo: “Me interesa la posibilidad de los halos que quedan en vez de lo concreto”
- ¿Por qué cuentos de terror / suspenso?
- Tal vez tenga que ver con que son géneros que disfruto mucho. No sé si los cuentos de este libro se puedan definir de manera tajante como cuentos de horror, tal vez coqueteo con el género o tomo elementos de este que me interesan: la violencia, la amenaza que acecha, el tiempo como monstruo y demás. Lo que me atrae del género es la sensación de inseguridad que se genera en los personajes y los y las lectoras. La incomodidad. Al escribir, y sobre todo en este caso cuentos, pienso en cómo reaccionarían los y las lectoras. Por eso también hay una relación con lo extraño.
- Muchos narradores en Bolivia y América Latina están experimentando con “literatura de género”: fantástica, weird, gótica… Me rehúso a encasillar en tendencias, modas y mucho menos cuestiones de mercado librero. Pero al menos es evidente que hay búsquedas, motivaciones, intereses comunes. ¿Qué reflexionas al respecto?
- Me parece que el cuento latinoamericano moderno, desde Horacio Quiroga, digamos, ha dialogado con la llamada literatura de género. El cuento argentino, por ejemplo, es eminentemente fantástico. Si pensamos en nuestra tradición, ahí tenemos a Cerco de penumbras. He venido pensando en estos años que este libro de Cerruto se acerca más a la literatura de horror que al fantástico, aunque capaz justo trabaja una frontera entre estos géneros.
Tal vez el weird es de lo más distinto y particular que ahora se está haciendo y están apareciendo libros geniales en este género. Lo que creo que ha cambiado es que los espacios de lectura hegemónica, sobre todo la del periodismo comercial, las editoriales grandes y la publicidad ahora están mirando esto. Es decir, ahora parece ser bien visto escribir cuentos pegados a algún género y esto es porque se puede explotar comercialmente. Pero los ejemplos de la literatura boliviana y latinoamericana que han trabajado este tipo de literatura en el siglo XX son un montón.
Por otro lado, a veces encuentro una mirada reduccionista que deja también de lado todas las influencias importantes en las últimas décadas de los géneros en literatura, cine, videojuegos, cómic y demás que tienen gran impacto en quienes escriben ahora.
- Detecto en este libro un par de lazos o guiños con Sombras de Hiroshima, que bien puede ser simple casualidad: en tu novela se explora las posibilidades de las presencias/ausencias, (desde el título y su metáfora), que también noto en la mayoría de los cuentos; y el otro, más casual aún: el lago Titicaca.
- No había pensado ningún diálogo directo entre mi novela anterior y este libro cuentos. Tiene que haber algo, claro, porque creo que la experiencia de la escritura pasa por el cuerpo y he escrito estos dos libros con las mismas manos.
Ahora que mencionas lo de las presencias/ausencias, que ya se marca desde uno de los epígrafes de Hemos sido felices por mucho tiempo, puedo reconocer que me interesa la posibilidad de los halos que quedan en vez de lo concreto que existió antes, en varias versiones. Me parece un gran hallazgo esta tu lectura. Eso había en Sombras de Hiroshima, no solo con las sombras impregnadas en las paredes, sino también con otras imágenes: la desaparición de los padres del narrador o el enigma del crimen no resuelto. Actualmente en mi ficción me interesa escribir sobre lo que había y queda y no tanto sobre la explicación de por qué algo desaparece o se daña.
Y, no sé, el lago Titicaca me gusta muchísimo y me parece un gran escenario para desarrollar ficciones. Tengo una novela a medias que sucede en una Isla del Sol alternativa, con ferris y cultos. Es una novela entre fantástica y de terror que no sé si acabaré.
- Después de dos novelas publicadas, ¿cómo encaraste el trabajo con el cuento? Sabemos que ya incursionaste con buenos resultados en “El torturador”, pero comparte un poco las diferencias en el proceso creativo entre ambos géneros.
- Desde “El torturador” ha pasado mucho para mí. No soy el mismo lector, lo que quiere decir que no soy el mismo escritor. Los últimos años los dediqué de manera más específica al cuento, a su reflexión y a su lectura. Esto vino porque ya me quería sentar de una vez por todas a escribir cuentos de manera más rigurosa. Y lo pude hacer dialogar con talleres sobre escritura de cuentos que he venido dando. Esto junto a la lectura de novelas, ensayos y demás, obviamente, pero con una atención específica al cuento. Igual, la escritura es escritura siempre.
Escribir este libro de cuentos me permitió un trabajo puntilloso con el lenguaje, una experiencia de un intento de precisión, y también un laburo con la imagen poética. Me atrae escribir cuentos, me divierte. Pero también pensé este conjunto de cuentos como un volumen, como un libro, así que escribí los textos armando vasos comunicantes entre ellos. Fue también una experiencia de la brevedad y lo fragmentario.
- Escribes ficción y cursas un posgrado en Creación Literaria. Eres docente y haces crítica e investigación en literatura. Sin lugar a dudas son actividades complementarias, pero si se pudiera vivir bien solo de la publicación de novelas, ¿lo harías? ¿Van por igual todas las facetas vocacionales, laborales?
- No creo. Me gusta mucho enseñar sobre literatura, ya sea en espacios académicos de lectura o en espacios de creación literaria. Me sirve mucho para pensar y reflexionar en mi escritura; pongo en crisis mucho de lo que quiero escribir cuando doy clases. Por otro lado, lastimosamente tengo que trabajar en muchísimas cosas que no tienen que ver con la escritura y la literatura. Quisiera tener más tiempo para escribir y para leer. Quisiera hacer más cosas relacionadas con la literatura.
“Escribir este libro de cuentos me permitió un trabajo puntilloso con el lenguaje, una experiencia de un intento de precisión, y también un laburo con la imagen poética.”
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