Hace unas semanas, artistas de varias disciplinas y toda una comunidad cultural –no solo cochala sino nacional– ofrecieron un homenaje al escritor Ramón Rocha Monroy, uno de nuestros escritores top, dueño de una obra notable y extensa que –según él mismo le cuenta a La Trini– todavía no ha dado todo de sí.
- Cuéntanos sobre tu producción literaria de los últimos años.
- He publicado 60 libros y tengo como 15 inéditos. Pero ahora ya no me tiran pelota las editoriales. No obstante, sigo escribiendo, aunque ahora estoy “mancado” de la mano derecha; no puedo escribir en la computadora como lo hacía antes. Aun así, tengo 15 inéditos que les estoy dejando a mis hijos.
- ¿A qué géneros pertenecen esos libros?
- Son novelas, cuento, ensayo… Está Apocalipsis, un libro de cuentos que contiene varias hipótesis y varios cuentos largos y cortos, y una novela que se llama Café de la catedral. En 2025 cumple 50 años la publicación de mi primer libro de ensayos, que en 1975 ganó el Gran Premio de Ensayo Franz Tamayo, en el sesquicentenario de la república, y de inmediato fue publicado con el título de Pedagogía de la liberación: primera parte, Crisis de la civilización occidental.
No había podido escribir la segunda parte, porque me topé primero con la Colonia, sobre todo con un libro de Jesús Martín-Barbero que se llama De los medios a las mediaciones, que es un gran estudio sobre la Colonia y me abrió la perspectiva. Para escribir la primera parte yo estudié mucho a la Escuela de Frankfurt y en su lucha contra la sociedad de consumo ellos pensaban que había que volver a la literatura culta, a la música culta, a la pintura culta, toda europea; pero no puede ser todo europeo, aquí tenemos grandes escritores, todo… es más, no te alcanzaría la vida para leer lo que se produce en Latinoamérica, desde México, pasando por Bolivia, por Chile, por Colombia, por Cuba, por Brasil, tantos países. Entonces estudié la Colonia y se me iluminó la vida y ahora está lista la segunda parte: Para decolonizarnos, que completa la Pedagogía de la liberación de1975.
- En Potosí 1600 retratas la Colonia desde la ficción, ¿cómo trabajaste ese libro?
- He combinado la escritura con la pobreza, porque cuando escribí Potosí 1600 estaba recluido en un sótano donde apenas tenía muebles, pero sí tenía una computadora. Era una casa muy linda que tenía una cancha de básquet. Como yo escribía de noche y de día dormía, mis hijos evitaban jugar para no suspender mi siesta. Pero esa vez yo tenía que ganar ciento por ciento [el Premio Nacional de novela Alfaguara], como que gané, pero era porque tenía muchas necesidades.
- ¿Cuánto tiempo te llevó escribir esa novela?
- Dos años, entre el 2000 y 2001.
- En el reciente homenaje que te hicieron se repuso la obra De nichos y chicha, que es una versión libre de tu novela El run run de la calavera. ¿Cómo ves ese imaginario, las repercusiones e influencias ha tenido tu obra en las de los otros?
- Es bien interesante, porque ninguna de las adaptaciones al teatro respeta la historia original del run run, sino que arrancan de ahí para hacer su propia elaboración. De nichos y chichas no tiene nada que ver con el argumento original, pero es bien importante el origen.
- ¿Cómo te has sentido en este homenaje?
- Me ha sorprendido la adhesión de la gente, la adhesión plural, sobre todo, porque estaban personajes de la oposición, aunque yo sigo perteneciendo al MAS. Después me ha sorprendido y me ha gustado muchísimo que sientan que yo he influido en el estilo de la prosa, que es un estilo popular, poco distinguido.
- En la cultura mexicana y en la andina la vida y la muerte dialogan bastante…
- Es muy posible que yo no hubiera escrito El run run si no hubiera estado exiliado en México, donde la presencia de la muerte es decisiva, es decir, todo el mes de noviembre es una presencia muy importante. Y todos los muertos tienen actitudes vitales. Hay catrinas, hay charros, son esqueletos, pero están en actitudes vitales como bailar, enamorar, cantar… Una amiga me dijo que Diego Rivera tenía la misma concepción que yo tengo, de que la muerte no es una muerte negra, vieja desdentada con una guadañota, sino una doncella vestida de blanco, seductora y con una pequeña guadañita que le clausura los castos senos, como dice El run run.
Lo que pasa también es que (cuando viví allí) México tenía 80 millones de habitantes, era como una lente de aumento para estudiar nuestro país, y no solo nuestro país sino todos los países de Latinoamérica, porque México es bien importante, por su presencia indígena, y entonces, esos son ritos bien antiguos, que aquí se han adormecido, son extemporáneos, pero allá son masivos.
Por otra parte, somos prodigiosamente parecidos, pero abismalmente diferentes, como decía un catedrático boliviano en México, y es verdad.
- En Ando volando bajo también hablas de paralelismos entre el chaki y de la cruda, la diferencia entre la concepción de espacios abiertos y luminosos, y otros sombríos y frescos…
- Originalmente Ando volando bajo se llamaba Las crudas morales, pero mi amigo Coco Manto me dijo: “no tienes que ponerle ese título porque la gente va a decir: quiénes serán esas Morales, eran unas señoritas bien crudas”. Ahora estoy escribiendo “Ando blando de abajo” (ríe).
- Eres reconocido como una influencia para otros autores, ¿cuáles han sido las influencias para ti?
- Yo creo que el periodismo en general ha sido una gran influencia, porque antes se escribía para los editores, para los críticos y desde que soy periodista, desde el 84, he procurado escribir más sencillo para que la gente me entienda. Y ahí es que he bajado la caña un poquito, para no hacer una prosa demasiado difícil.
Yo siempre he sido “lengua bola”, no se me entiende muy bien lo que hablo. En la universidad había compañeros mucho más decididos que constantemente me cortaban y no me dejaban hablar, luego percibí que escribiendo me iban escuchar y entonces escribía más sencillo, para ellos y para el pueblo. En eso creo que he tenido éxito.
- Durante años firmaste tus artículos de gastronomía con el apelativo de “Cronista de la ciudad”, ¿cómo ve el cronista de la ciudad la actualidad de la gastronomía en Cochabamba y una suerte de auge de la crónica gastronómica?
- Yo percibo que la cocina de Cochabamba, que tiene una gran fama, en realidad es un conjunto de frituras, como el chicharrón, que son tóxicas y no hay una cocina gourmet, todo es tradicional, no hay cocina de autor. Pero, por otro lado, por ejemplo, en La Paz, es una estafa, porque cuatro degustaciones te cuestan 400 pesos, es el colmo, y aquí aprecian más la cantidad que la calidad, o sea que cuando a un cochabambino le sirves poquito, se enoja, porque prefiere servirse el conjunto que es lo abundante.
En la actualidad, todo se está dejando ganar por el pollo broaster, ni modo qué vamos a hacer. Un plato que se ha perdido es la ch’anka de conejo. Ya no existe. Un gran amigo mío me decía: “Habría que pedir un chillami de Ch’anka de conejo para perfumar la mesa nomás”. Tiene hierbabuena, cebolla verde, habas tiernas y es un aroma penetrante muy rico, ahora se matarían de risa los turistas de mi amigo Alfredo (Medrano).
- ¿Y cómo ves la ciudad?
- La ciudad es bastante caótica porque tiene demasiados automóviles. Yo manejé bicicleta durante 30 años y era muy peligroso porque constantemente (los conductores o acompañantes) abrían la puerta (sin fijarse y golpeaban a los ciclistas). Felizmente hay una tradición que dice que derribar a un ciclista es kencha. Y entonces, claro, se han acostumbrado a mirar primero a ver si uno viene, pero cuántas veces me han hecho caer con grave riesgo de mi vida. Ahora ya no manejo.
- También has escrito algunas canciones. Esa faceta tuya no es tan conocida. ¿Cuál es tu relación con la música, con la escritura de canciones?
- Están en el YouTube casi todas, son varias cosas que me han salido en medio del trabajo literario.
Fotos: Alma Tunante (Marcelo Meneses Vargas)
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