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fernanda verdesoto

Partículas en el aire del FITAZ

La pandemia interrumpió varios eventos y salidas, tantas expectativas. En 2020 estábamos listos para el inicio del FITAZ y la peste nos dejó en casa y a los teatros empolvándose. Me decepcioné porque estuve dos años esperando, sin saber qué era lo que se nos venía después. Hasta que llegó el FITAZ 2022 que realmente se hizo esperar. No fue en vano.


1. La ansiedad

Despertamos como niños en navidad. Esperamos cuatro años para una nueva inauguración. El festival retornó a su hogar, el Teatro Municipal, y empezó con mucha alegría, con tambores y una coreografía casi impecable de una manada preciosa de kusillos que mantuvieron nuestros ojos pegados al escenario. Inició con Alientos, obra de declamación de poemas de autores bolivianos y españoles, con un elenco y producción de lujo, pero le faltó más ritmo y movimiento para aumentarle vida a los poemas recitados.


El festival retornó y nos volvimos a encontrar con los artistas, entre espectadores y con el ritmo loco de correr de un teatro a otro.


2. Entrando en calor

Una brillante decisión de la gestión fue descentralizarlo todo. Si no se podía ir al Muni, se iba a los espacios del sur, del norte o del centro. Si no había tiempo, se iba a los conversatorios o a las exposiciones en diferentes horarios. Si alguien no estaba en la ciudad, podía acceder a las obras virtuales, que llegaron para quedarse. El teatro también se apoderó de las calles. Aproveché la mañana de sábado de jugar con mi perrita en la plaza Abaroa y juntas vimos YoGur, una obra donde la estrella es un conjunto de cajas de cartón. Carlo Mô entiende que las cajas son un mundo mucho más elaborado de lo que vemos en la realidad tangible.



En horario tanda, Ratas de El AltoTeatro, una obra que saltó de un teatro a otro con el pasar de los años; es impresionante en su texto y su representación. Todos somos un saco de ratas en un país de alcantarillas y de ocasionales gobiernos dictatoriales. La obra hace reír y llorar, a veces ambos a la vez. Nos hizo entender por qué Freddy Chipana es y seguirá siendo tan relevante en las artes escénicas en Bolivia.


En horario noche, Escuchando Radiohead te escupo mi corazón de Teatro Feroz. Es una obra sobre la depresión, qué significa y cómo nos puede transformar. En Bolivia hay teatro experimental que está volteando muchos paradigmas escénicos y esta obra es parte de ese fenómeno. El manejo que se hace del audiovisual es muy novedoso y brillante y, si hay alguien que trabaja bien el video en teatro, es Samadi Valcárcel.


3. Domingo sin flojera

Empezamos por ver Palmasola y, como su nombre lo dice, es sobre la cárcel cruceña. Esta obra es lo más cercano a estar dentro de un documental. Montada en el garaje de la Cinemateca, es un tour por los espacios y las historias penitenciarias de Bolivia. Nos hicieron mover de un lugar a otro y participar en cada uno de estos testimonios. A veces, el texto no se animó a decir más, pero la puesta en escena, además de ser poco común, nos hizo vivir el hacinamiento del espacio gris y la violencia.


Still Medea juega mucho con lo documental y el audiovisual. La obra representa lo que es el equilibrio en la vida artística de La Paz, pero también el equilibrio en la trayectoria de Pati García, que es y será una de las actrices más importantes de Bolivia.

4. Lunes, esta vez de teatro

Wajtacha es sobre el sacrificio humano en las minas. Sea mito, sea realidad, es algo presente en estos espacios. Una obra que vincula lo sobrenatural, los conflictos humanos en lo espiritual, político y económico, y la relación madre e hijo. Esta es una obra sobre la sangre en distintos niveles, sin embargo, no muestra ni una sola gota de sangre.


Semillas de memoria es una representación sobre la última dictadura militar argentina. Allá, es muy difícil encontrar a alguien que no tenga un familiar desaparecido o afectado. Anna Wolf retrata su vivencia y qué significa “desaparecer” que, como ella lo dijo, es “matar a la muerte”. Este es un texto en cuyas variantes puede verse el arte argentino, porque es una historia y testimonio común, “común” en tanto que no es una excepción y en que es la historia de la comunidad.


5. La inolvidable

Siempre hay al menos una obra extranjera que se me queda grabada en la memoria. Este año fue Divino Anticristo. Por más que pasaron un par de días, sigo procesándola. El Divino Anticristo es un personaje de las calles de Santiago de Chile que, por más incoherentes declaraciones que haga, siempre tienen sentido. El diálogo que mantiene con Lili varía desde lo más gracioso y absurdo hasta la búsqueda de la salvación de vivir en la calle y en la miseria, de morir. Lili en sus monólogos e intervenciones fue esencial para reconceptualizar sus historias y la mente de los espectadores. Una obra que es comiquísima, pero, al final, me hizo soltar un par de lágrimas y no de risa.


6. Mitad de camino

Tinkunakama es una adaptación de El run run de la calavera. Hay un junte entre Todos Santos y la Commedia dell’ Arte que simplemente funciona. Con máscaras impecablemente elaboradas, la obra nos da un recorrido sobre lo que podría ser la muerte y nuestra memoria una vez que hayamos estirado la pata. Es muy divertida y nos hace reflexionar mucho sobre qué es lo que se viene y cuándo será que nos volveremos a encontrar con el mundo vivo.

Kory Warmis es un proyecto artístico muy admirable y bello. Deja vu es una obra híbrida en la que vemos teatro popular y teatro contemporáneo mostrando violencia hacia la mujer y los niños. Si bien pudo caer en lugares comunes, esta obra dejó una postura clara: las mujeres dijimos “ya no más”.


7. Hacia el final

La última horquilla es una experiencia tierna y a la vez impactante. Es un diálogo sobre la memoria, los recuerdos personales y sus consecuencias positivas y negativas. De la forma más intensa, en una escenografía que trabaja lo visual y lo auditivo con un detallado texto, los personajes nos llevan a reflexionar sobre nuestros propios recuerdos, si nos construyen como personas o si nos destruyen como individuos.


8. El cierre

El FITAZ 2022 cierra con broche de oro. El amor del desamor de Laura Derpic retrata los dolores, las contradicciones y las primitivas sensaciones que experimentamos ante una ruptura amorosa. Es una obra que a través de la metaficción y unas increíbles actuaciones nos hace revisar nuestras propias experiencias. Perfecta para cerrar el festival.


Aquí no hay más que un pantallazo de algunas de las obras. No digo más porque hay que ir a verlas. El arte está servido, depende de los espectadores que las obras se mantengan vivas. Otro FITAZ cierra, nos deja un camino trazado y las insoportables ganas de volver en 2024.

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