Del 5 al 15 de mayo, artistas de Cochabamba y de todo el país, además de algunos invitados internacionales, se congregaron en el festival Kuyuy en busca de darle impulso a la danza contemporánea. La Trini conversó con Malala Sanz, coordinadora del encuentro.
Kuyuy es “movimiento” en quechua. Ese sentido es también una consigna para el festival de danza contemporánea que se realizó en Cochabamba en los últimos días, con el apoyo del centro cultural mARTadero. Hubo una serie de presentaciones de compañías, proyección de video-danzas, conversatorios y talleres en diversos espacios de la ciudad. En dos fines de semana consecutivos se puso en escena las obras: Un poquito más de 60 de Patricia Sejas; Travesía de DanZur, Un cuerpo no cuerpo de Francisco Arrieta, Tattva de la compañía Melo Tomsich y Salvajemente feliz de la compañía La Lupa. Además, hubo proyecciones de videos en el ciclo Cuerpo Digital, un conversatorio con Carolina Morón y Paco Arrieta, un taller de improvisación con Valeria Bellott y Gerúndio, y ejercicios corporales a cargo de las compañías DanZur y La Lupa.
La coordinadora de Kuyuy, la bailarina y performer Malala Sanz, comenta: “el objetivo es reactivar la movida artística local y nacional mediante la activación de espacios para presentaciones, conversatorios y encuentros de gestoras de estas disciplinas. La idea también es generar una fuerza colectiva para ver cómo las gestoras, creadoras y bailarinas pueden dar más movilidad a las artes vivas después del periodo de pandemia”.
- ¿Cuál es el concepto del festival?
- Tras varias reflexiones nos hemos dado cuenta de que las artes van ampliando sus límites. Artes vivas es un concepto que ahora funciona en relación al quehacer artístico, como funcionó en su momento el concepto de danza contemporánea. Consideramos que es oportuno ampliar la visión de las creaciones actuales. Por otro lado, el nombre de artes vivas amplia el panorama del concepto de danza o teatro, para acoger también a propuestas más performáticas e incluso instalaciones con acciones in situ.
- ¿Cuál es el origen y trayecto del festival?
- Este festival se viene movilizando como concepto desde hace casi un año. Nos reunimos varias creadoras cochabambinas para darle algún tipo de solución a las terribles consecuencias que sufrieron espacios de creación, de pedagogía de la danza, de la producción artística en sí, y de las artes escénicas y performáticas por la pandemia. En noviembre del año pasado, en el marco de otro festival muy importante para Bolivia, que es Danzénica, nos dimos cuenta de que había producción artística y que podríamos hacer algo que nos reúna y nos vuelva a poner en movimiento. Esto se materializó en marzo cuando mARTadero impulsó el festival con el apoyo de la fundación Misereor.
- ¿Qué artistas y compañías participaron?
- En principio la idea era solo a nivel local, porque el presupuesto era muy bajo y, a diferencia de otros festivales, se quería incentivar también de manera económica a lxs creadorxs que habíamos sufrido las graves consecuencias de la cerrazón, con la poca o nula actividad que hubo durante casi dos años entre pandemia y crisis política. Pero tuvimos la suerte de contar con la presencia de Francisco Arrieta, que venía bajando por América del Sur y llegó a Bolivia con dos obras muy potentes: Cimarrón, cantos de resistencia, una profunda y hermosa investigación sobre la cumbia, su paso por México y sus profundas raíces africanas; y Un cuerpo no cuerpo, obra que penetra cada célula de la piel y habla sobre un cuerpo que recibe el no cuerpo de lxs 43 estudiantes desaparecidos forzosamente en Ayotzinapa, México hace casi 8 años, y de los sentires que esta desaparición dejó en muchxs artistas mexicanos. Ambas obras valen mucho la pena, porque son registro, memoria, historia, cuerpo y voces que tienen algo que decir.
Además, tuvimos la suerte de contar con Germinal, semillero de investigación de las artes vivas de Bolivia que trabajó con el semillero de Pachuca, y ofreció una experiencia muy linda con una obra que se llama Traficantes de semillas. En el ámbito local, contamos con la presencia de Patricia Sejas, una gran bailarina que estuvo en la inauguración del festival con una pieza muy linda que habla de ser una bailarina de 64 años. Estuvo Carolina Morón con una pieza muy potente a nivel político, que cuestiona lo que significa ser una mujer mestiza en nuestra sociedad. También tuvimos la presencia del Colectivo DanZur, bajo la dirección de Patricia Sejas, con Travesía, pieza que habla sobre las vicisitudes de ser una persona migrante.
Otras obras fueron Tattva de la compañía del Estudio de Danza Contemporánea Melo Tomsich, bajo la dirección de Liliana Navarro; Muyu de la antropóloga y escritora Valeria Bellot Andia; Gerundio, con Sofía Castro, Malala Sanz y la participación especial de Bianca Shallow, que unen dos procesos distintos que se encuentran gracias a la iniciativa de Carmen Collazos y Ana Cecilia Moreno, que son el motor de este encuentro. Como cierre del festival tuvimos Salvajemente feliz de la compañía La Lupa, obra que tuvimos el placer de ver en estreno.
- ¿Cómo ves el panorama de la danza contemporánea en Bolivia?
- Mi visión de la danza contemporánea en Bolivia viene de la perspectiva de llevar un año y medio de vuelta después de nueve años viviendo afuera. La verdad, siento que han pasado muchas cosas en este tiempo, puedo ver una apertura al concepto de danza contemporánea y trabajos que se relacionan más con otras disciplinas artísticas. Me apropio del concepto de “indisciplina”que plantea Francisco Arrieta. Indisciplina en el sentido de no obedecer las reglas y cánones establecidos por la danza contemporánea o por el teatro que, personalmente, siempre me costaron obedecer al pie de la letra.
Tengo la impresión que, con este festival, pese a que hay mucho convencionalismo en lo que es la danza, hay un intento de apertura porque las propuestas en sí mismas son muy diferentes respecto a lo que estábamos acostumbradas, cosa que de verdad agradezco y me hace sentir que estamos avanzando, creo que por fin estamos entrando en otros escenarios en lo creativo. Me sorprendió ver que hay tanta producción artística en nuestro país, lo siento como una suerte de resiliencia motivadora por parte de lxs creadorxs que no se dejaron caer pese a las circunstancias y al aumento de la precariedad laboral. La idea del festival es hacer una fuerza colectiva para entre todxs reactivar al sector, pero siento un poco de decepción al ver que nos falta un poco de sentimiento de comunidad.
- ¿Cómo fue la respuesta del público?
- Estoy muy agradecida tanto con las compañías participantes como con la respuesta de un público con sed de cuestionarse la vida a través de estas propuestas. He sentido que estamos logrando generar público y por tanto queremos seguir con propuestas diferentes que generen curiosidad o simplemente ofrezcan variedad en el quehacer artístico. Intentamos también lo que siempre se ha planteado el Proyecto mARTadero: descentralizar la actividad artística de la zona norte de Cochabamba, labor que sigue siendo difícil.
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