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Gustavo Cárdenas, la querencia en sus pasos


Meses de silencio desde su partida, para hacer el intento de dimensionar cómo es la ausencia de su cuerpo cuando las palabras, desde su voz, llegan tan cabales a habitar cada uno de estos días.

Hablar del poeta y maestro Gustavo Cárdenas es no temer al reloj, porque la memoria resiste y cuenta en retrospectiva, uno a uno, los recuerdos para luego hacerlos parte fundamental de nuestra vida.

En uno de los primeros poemas que escuché del maestro, dice: “Ese niño que jugaba / en el patio / con algún duende extraviado / es el mismo / que ahora / con todos sus fantasmas / transita por esta página baldía / jugando a esconderse en las palabras”.

Los versos no aguantan nunca nada de manera gratuita. Parte de lo que él profesaba era retornar a la infancia desde nuestra escritura. Con memoria prodigiosa recordaba a Rainer María Rilke y aquello de que “la verdadera patria del hombre es la infancia”.

Decía que no sabía si saldríamos poetas del taller, pero sí mejores personas. Era un tejedor de historias de las que siempre nos hacía partícipe. No perdonaba el exceso de adjetivos. Cómo lo haría alguien que tenía precisión en sus versos, la musicalidad resonando dentro y fuera de sí. Su mirada transmitía emoción, su palabra preferida era querencia. Su labor fue invitarnos a escribir sobre lo que conocemos, sin grandes artilugios, desde la pulsión de la verdad.

Nunca reconocí la distancia de su lado, pues una tarde nos reconocimos siendo lágrimas al escuchar Ne me quitte pas de Jacques Brel y Las nanas de la cebolla de Miguel Hernández cantadas por Serrat. Más bien, nos invitaba a caminar un largo trayecto entre palabra y palabra. Quisiera una revolución de palabras que le hagan mérito a quien nos llevaba desde Buenos Aires a La Habana, entre la Zamba del pañuelo, haciendo parada en El Ateneo Gran Splendid, para luego recorrer con tenues luces hacia Fresa y chocolate.

Vallegrande era lo que más nombraba en los últimos años; su lugar de origen, pero también de retorno a sus recuerdos. Tenía un exquisito sentido del humor, escuchar sus anécdotas, era encontrar un espacio más agradable en esta vida.

Creía en la humanidad y celebraba con nosotros, los pequeños pasos que le contábamos que ya empezábamos a transitar. Cuando leía nuestros textos, decía que las palabras se escondían, que uno debería encontrar la correcta para el poema.

Valiente como pocos, nos dio la bienvenida para morar en sus poemas, en sus cuentos, en las costuras de su mirada honda que se traduce en sensibilidad ante los pequeños y fugaces momentos de lo que estamos hechos.

Que estas palabras sean ofrendas, sencillas como su espíritu poblado en crisantemos, maestro.


Otra infancia

Ese niño que jugaba

en el patio

con algún duende extraviado

es el mismo

que ahora

con todos sus fantasmas

transita por esta página baldía

jugando a esconderse en las palabras.


Un poema

Un poema es apenas el silencio de todos los que ya se han ido.

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