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martin zelaya

Esos efímeros momentos

En torno a Chubascos aislados, libro de cuentos de Claudia Michel.

Mientras vive la enfermedad y muerte de su padre, una mujer pierde su casa con el banco. Lo que a veces se ve como un desastre, connota este primer cuento, pasa a segundo o tercer plano cuando se vive una verdadera tragedia. Pero las situaciones críticas –también se colige– no son las que perviven en la memoria. Todo lo que prima en el recuerdo de aquellos días, para la protagonistas y narradora, es la imagen de la planta de tomate cherry que ya no puede ver crecer al abandonar la vivienda.


En este primer cuento –“Tomate Cherry”– Claudia Michel marca el tono que impregna las páginas de Chubascos aislados (Mantis, 2022), un compendio de 19 relatos breves.


En otro relato, una pareja discute mientras se inunda su departamento y cuida a su bebé; en otro, una joven piensa demás mientras toma clases de natación y ayuda a salvar a su compañera víctima de un ataque en la piscina.


Michel cuenta el día a día de sus protagonistas, el de las familias y conocidos, con una aguda mirada para captar el detalle; esos efímeros momentos –gestos, aciertos, torpezas– que o bien pasan inadvertidos (generalmente) o bien determinan un giro abrupto en las vidas. Al fin y al cabo, todo hecho trascendental que nos pasa es, desde algún punto de vista, algo más, un instante más en el paso del tiempo y la acumulación de pasado.


Así era él, se distraía con las cosas lindas de la vida: el fútbol, un hijo. Había que dejarlo un poco tranquilo. El agua derramada no era tan terrible, el niño y el hombre estaban a salvo. Podrían odiarla luego, no perdonarla jamás, pero ella les había hecho un gran regalo, los había unido para siempre. Eran padre e hijo. (24)


La perspectiva del tiempo es otra de las constantes. No solo en cuanto a las tramas, sino en el manejo del lenguaje y de recursos narrativos. El paso del tiempo, la acumulación de experiencias, días, años; el detalle de la vida que se pierde en el envejecer.


Michel salta planos temporales tan sutilmente que uno casi no se da cuenta. Va y vuelve en las edades, pasados y presentes de sus personajes. Ahorra recursos y da rienda suelta a la participación del lector, a la imaginación. Ya no es necesario contar cosas que se hacen obvias. Esto recuerda algo a la prosa hipnótica de Hebe Uhart, dueña del gran tino de no subestimar al lector para que este haga las inferencias sobre tramas y protagonistas: ¿por qué todo debe salir del imaginario de un autor, habiendo tantos potenciales lectores?


Tras la puerta el zaguán, después de tres gradas, la pileta. Un corazón de agua para una casa sin tiempo. (…) En esa casa la abuela de la abuela había criado seis hijos, los niños tenían apellidos distintos, pero una sola madre y una sola casa que parecían lo mismo, un ser de piedra con un centro de agua. Trasciende ahora en una foto en blanco y negro, la foto de ella sentada y seria (…) la otra, la de la casa, es también una imagen, no existe foto, pero los nietos y los bisnietos la construyen cuando se juntan. (68-69)

La autora –como se ve– encuentra que muchos de sus personajes –cuando los aborda para narrarlos– están en momentos decisivos de sus vidas, o al menos ante experiencias trascendentes que, de todas maneras, como nos ocurre a todos, se intercalan e incluso se “pierden” en la suma de momentos, rutinas y actividades cotidianas.


Hay momentos esenciales para los protagonistas: experiencias traumáticas, decisivas, pero de pronto, cualquier mínimo detalle, que uno no toma en cuenta si no hasta mucho después, es más perdurable; es lo que queda en la mente y predetermina a futuro.


En “Invisible”, se expone el estallido de la adolescencia de dos amigas; las inseguridades, las tonteras tan necesarias, que no se olvidan nunca, que calan más de lo pensado.

En la caída mantuvo los ojos abiertos, vio a Jessi todavía azorada que extendió los brazos, lista, como si la caída fuera de una fruta tierna y ella estuviera preparada para recibirla. Alguien gritó desde el salón, la música siguió sonando. (44)


En “Dos palomitas”, un ermitaño recibe a regañadientes a dos mochileros en su cabaña en el valle. Piensa, recuerda, teme y cuando se da cuenta, no hay marcha atrás. El destino a veces se cumple de la manera más inesperada. Cuando llega la hora de ajustar las cuentas, a veces no hay tiempo más que para el fugaz pero fulgurante terror.


Años juntando cada parte, peleando con el frío, con el sol y ahora esta gente venía así, armaba una casa de lona en cuatro minutos y se sentaba a mirar el atardecer como si nada. Escupió en el piso y borró la mancha con la suela de su bota. (36)


En “Quinto piso”, una muchacha se va a vivir con su pareja. Cambio abrupto, vida nueva; extrañez, lento acostumbrarse, nuevas rutinas. El futuro se siente desde el ahora.


Emma cree que debe confiar en su instinto, ser fiel a la corazonada. Secretamente tiene la idea de que esa fuerza le va indicando el mejor camino. (74)


Un libro de educación sentimental pensado y concretado desde diferentes perspectivas, las que dan el bagaje de una persona ya alejada de la infancia, pero que no termina aún de aprovechar los insumos de esta etapa.


Aproxímate al borde, a ese abismo que ya no temes. Tu cuerpo de niña ha crecido lanzándose a él. Es cosa de entrenarse, de aprender a caer. El agua también puede lastimar, es la resistencia, el golpe de los cuerpos, las moléculas que nunca tocamos son las que dañan. Pero tú sabes caer, dominado el arrojo, en su lugar control y concentración. (103)


En esta lógica, no serían del todo “chubascos aislados”, –solo por jugar con el título– sino una unidad: 19 relatos breves que hacen un conjunto.


Ilustración: Pauline boyer

"Un libro de educación sentimental pensado y concretado desde diferentes perspectivas".
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