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césar antezana / flavia lima

Escena Salvaje, el Almatroste untándose a las paredes

Una crónica del evento multidisciplinario Escena Salvaje realizado el pasado fin de semana en La Paz.


El pasado fin de semana, el sábado 10 de junio, organizamos la primera versión del Festival Escena Salvaje de la Colectiva Almatroste.


Estuvimos dándole muchas vueltas al asunto estos meses, la verdad. Creo que en últimas nos decidió la necesidad de reunirnos alrededor de la fiesta; ese espacio contradictorio, complejo, paradójico, en el que los límites están cediendo y rehaciéndose constantemente en el roce de los cuerpos que se contaminan, se miden y abrazan, conversan y discuten, se enfrentan y se reencuentran. Ese es el espacio que nos gusta.


Porque la fiesta nos junta y nos transforma.


Ella nos devuelve a la comunidad, nos permite salir de nosotras mismas y experimentar el júbilo: nos permite ver lo mejor de nosotras. Lo feo también se nos muestra con sorna.


En medio de ella no hay espacio para el gueto, para la cofradía secreta, para el grupo de iniciados.


No es privilegio de tribus urbanas postmodernas, ni siquiera de comparsas y devocionales.


En ella nuestras posiciones respecto de la política, el mundo, la economía o la realidad no suenan desmesuradas ni utópicas. La fiesta.


La tarde se abrió con el visionado de un tráiler de Manuel Piñeiro. El avance de un proyecto. Manuel está en colegio. Le siguió la película documental Pariente chimán del ya reconocido Manuel Seoane. Los dos visionados contaron con bastante público, con la visita de sus directores y con un exquisito espacio de conversa después de la proyección.


Los Mellizos Gonzáles atronaron el lugar con sus voces arrugadas como la tierra de los caminos, con esas sus canciones que nos avientan a la cara. Entrañable por donde se escuche. Eran las 18:30 y empezaba a oscurecer. La feria estaba terminando de acomodarse en el segundo piso.


Siguió la conversa sobre la casa donde ahora funciona la Corporación: una antigua peltrería. Esta conversa motivó a las personas que se acercaron a mirar el lugar con otros ojos, acaso tratando de reconstruir las imágenes recuperadas recientemente por los expositores (uno de ellos, el impecable Aldo Ramone).


El concierto amontonó banda sobre banda y sobre el escenario: Highland, Rebel-lion (que se pronuncia rebelaion), Chuquiago Rebel Sound, con ese Wayra del “alma”, Hombre Umbral, dándolo todo en cada acorde, Rino (pulcrísimos músicos) y KCT atómico con el ruido más entrañable de esta y otras vidas. Cuecas, reguetón, rock psicodélico, ska-punk, meneo y pogo; saltos y empujones y, al final, cumbia con el Cartel del Pecado. Bailamos hasta decir basta. Bailamos hasta ponernos rojas. Hasta que los pies dejaron de incomodar repentinamente por la madrugada.


Las lecturas empezaron a las 20:00, intercalando en el mismo escenario con las bandas. La primera tanda de poetas: Juan Pablo Vargas Rollano abrió fulminante lleno de improperios articulados con esa voz neutral que ya le conocemos; Montserrat Fernández leyó sus poemas de la revista El Zorro Antonio: sus palabras atravesaron a vuelo de polilla incandescente todo el espacio circundante (esa es mi comadre).


Le siguió Alejandro Canedo celebrando a la ciudad y su perfidia en su entrañable estilo de sexy radiolocutor. Subió luego a las tablas (unos pallets acomodados en una suerte de rompecabezas monocromático y andino) Inti Villansanti y desacomodó un poco el mic, dándonos consejos acerca de la entelequia de la juventud y de cómo se escribe estando muy enojado. Cerró aquella primera camada de lecturas un larguísimo poema de Jessica Freudenthal: un ir y venir de la intimidad de su casa a la diáspora de las palabras, del desayuno con sus wawas al universo y sus incendios australes.


La segunda tanda llegaría recién después de la medianoche, cuando Leonel Inti se enfrentó con todo el público subido de tono y que le aplaudió y silbó por igual, intercambiando intensidades con sus palabras. Cuando Leonel se puso a cantar, todo pareció de pronto un espejismo que soñamos todos y todas en complicidad con el alcohol. Edgar Soliz subió nervioso y no se detuvo hasta que dejó exhaustos todos los orificios de todas las paredes que a esa hora empezaron a sudar de pura rabia y palabra. Finalicé yo, leyendo el primer poema del libro Panfletaria, que esa noche presentamos con la editorial Autodeterminación: “Un tendedero lleno de calzones”.

La feria estuvo estupenda, alegre y llena de mixtura: comida creativa, grabados, dibujos, stickers, accesorios, esculturas, fanzines, revistas, libros y singani. Material de entretenimiento y material subversivo. Objetos preciosos. De pequeño y gran formato. Lisonjeros y ofensivos. Chistosos y dramáticos. Bellos. Como la obra de Marrenka Halas. Como las miradas enamoradas de esas dos parejas que compartieron sus esculturas, sus stickers sobre plancha, con nosotras.


A veces somos algo así como un club de fans de cosas deformes y extrañas.


Nos gustan las voces que perturban, que hacen ruido, pero también las que conmueven con su armonía y equilibrio.


Pudimos abrazarnos con infinidad de personajes. Con distintas texturas y aromas. Pudimos conversar y reírnos unos de otros, unas de otras. Maricones y lesbianas, travas deshilachadas (lo digo con conocimiento de causa) y cineastas. Escritoras y bailarinas, teatreros y editores. Ilustradoras y artistas plásticos (¿dónde empiezan unos y terminan otras?). Y mucha-mucha “gente de verdad” como dice el Tincho Céspedes: no solo nuestros amigues…


Fue fantástico. Fue intenso. Fue abrumador. Fue increíble. Como a veces la vida se pone para hacernos olvidar lo que lloramos y renegamos el resto de los días que recorremos, por fortuna, en compañía.


Estamos muy agradecidas con todas las personas hermosas que nos ayudaron y nos echaron una mano, aliento, apapacho. La Fany y la Mauge en la barra minúscula, el Polilla en la puerta, el Capi de paso y la Bea cuidándonos a todas: como si estuviéramos, por un momento, de nuevo en casa. Les queremos bien harto.


¡Hasta el próximo Escena Salvaje!

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