El “instinto nostálgico” en Memorabilia, de Isabel Antelo Romero
- fernanda verdesoto ardaya
- 18 may
- 7 Min. de lectura
"La memoria también se traduce en un lenguaje del trauma" afirma, entre otras cosas, Fernanda Verdesoto en esta reseña que hace del libro de la autora tarijeña

Heme aquí, que he terminado de leer Memorabilia de Isabel Antelo Romero, dos años tarde, porque realmente debería haberlo leído cuando salió, en 2023. En fin, a veces las cosas llegan a su tiempo, no hay nada más que decir, y depende en qué momento llegan que hacen que después se la recuerden de manera diferente. Creo que es uno de los objetivos de este libro.
La memorabilia son los objetos que valen la pena recordar, por lo que representan, por su tiempo; significan el por qué creamos cachivaches inútiles para un evento, por qué tomamos una fotografía, cuál es la desesperación nuestra de registrarlo todo. Es, tal vez, una forma de actuar ante nuestra propia conciencia de mortalidad o incluso de nuestro sufrimiento. Ciertamente, en Memorabilia, la memoria es un hilo conductor, el momento perfecto en que encajan las piezas del puzzle. Ahora bien, me parece que, en general, la memoria no es una sola, tampoco hay miles de memorias; es como el agua, que se divide, que se vuelve a juntar, que se nubla y se ensucia, que nos mantiene vivos. Por eso mismo, hice un ejercicio para desmenuzar mejor este libro y su tratamiento sobre la memoria, dividí en qué temas son transversales los personajes y la memoria.
A ver qué tal sale.
La ausencia
En muchas ocasiones, la memoria no se entiende en función de lo que está, sino de lo que se fue. Memorabilia, siento, es una búsqueda constante de todo lo que ya no está, de las huellas de aquello que está ausente, de lo y los que en algún momento se fueron, pero que aún no comprendemos cómo. Este es un libro que cubre muchísima atención al detalle, y con muy buenas razones. Los personajes y narradores de estos cuentos son una especie de detectives, excelentes observadores, que hacen relevos importantes de lo presente y lo ausente. Buscan pistas en cada una de las descripciones, hacen un paneo, una revisión detallada del espacio y de todo aquello que les falta.
Grandes ejemplos de esto que estoy diciendo son los cuentos “La casa viva de la abuela”, “Volta I”, “Volta II” y “Estructura de una azucena”. En estos textos se examinan muy bien los espacios como entidades con su propia memoria, que después atraviesan a quienes los habitan.
En el primer caso, como su título lo anuncia, estamos entendiendo un espacio vivo, en el que los objetos se enlazan con las relaciones interfamiliares. En “Volta II”, vemos una especie de autopsia de los objetos en un mundo invivible donde llueve constantemente ácido. Finalmente, en “Estructura de una azucena”, se realiza una descripción detallada del espacio, los objetos y habitantes de un edificio, donde entendemos que, realmente, los objetos pueden llegar a ser acción y esa acción forma parte de nuestra memoria.
Estos cuentos son ejercicios clave para entender la esencia del espacio, que no es la dimensión donde estamos condenados a vivir, pero que también es el lugar para tejer nuestras memorias, no solamente se crean en el tiempo, pero también en el espacio.
El trauma
En este libro, la memoria también se traduce en un lenguaje del trauma. Cada personaje de estos cuentos lidia constantemente con un efecto diferente de la violencia, desde lo más agresivo hasta lo más cotidiano, y responde a ello desde distintas reacciones. Y no es difícil verse reflejada en todas estas historias y cada manera de retratar las experiencias traumáticas aunque no lo hayamos vivido, porque; insisto, el trauma tiene diferentes lenguajes y estoy segura de que hablamos varios de estos.
Comunicamos el trauma a partir del silencio, como ocurre en el cuento “El silencio como una enfermedad”, que relata, como su título lo anuncia, una epidemia del silencio en un pueblo a donde una mujer “sana” regresa después de muchos años y comprende los orígenes de la muerte del sonido. Por otro lado, se entiende el trauma desde la verborrea, como en “Carta para Agustín desde la copa”, epistolar en el que una adolescente desboca contra su primer amor y su primera ruptura de corazón. Muchos creerán que son frivolidades, pero el desamor y el fin del amor son traumas infravalorados, es más, desechados y ninguneados, y que aún no encuentran sus lenguajes para ser validados. Sin embargo, Isabel Antelo logra –de manera muy acertada– reivindicar el sufrimiento adolescente, cómo recuerdan, qué están escogiendo recordar para toda la vida.
Existen, en Memorabilia, traumas que marcan hasta la muerte y los que, eventualmente, se olvidan. En este caso, me conmovieron mucho “Conejo”, “Juicio” “Verano y río I y II” y “Es el sol”. En los dos primeros son los traumas que implican violencia cruda, sin tapujos, pero con distintos orígenes. En “Conejo”, se narra la experiencia traumática de un niño que va de cacería con su padre, como una especie de rito de iniciación, en donde el chico se convertirá en uno de esos machos machotes por acribillar a un conejo a balazos. Un relato muy duro que deja a un niño con una memoria de su padre muerto ligada a una bestiecilla ensangrentada. La memoria tiene trucos muy duros para cimentar nuestras relaciones interpersonales.
Sin embargo, hay otro cuento, “Juicio”, que se enfoca en otro hombre que también se convertirá en un macho machote, pero lo hará a través de la violación y el feminicidio. “Juicio” nos muestra el trauma de una persona cercana a la víctima, lo que no se muestra, lo que no queda registrado en las noticias, ni en los posts de las redes sociales, qué ocurre con los familiares y amigos de las víctimas. ¿Qué tan manchado queda su recuerdo? El periodista Mitch Albom escribió una frase que a mí me impacta mucho y que la tengo grabadísima: “la muerte termina con una vida, pero no con una relación”, y que a mí constantemente me hace eco, porque esa relación que queda se basa en la memoria. Pero, en estos casos empapados de violencia y trauma, ¿la sangre termina con la relación también? ¿la corrompe? “Juicio” me hizo dar muchísimas vueltas sobre este tema, y aquí lo dejo, porque no tengo respuestas.
“Verano y río”, tanto la primera, como la segunda parte, nos habla de la (otra) pérdida del primer amor, el que se fue por una traición inevitable. Me alejo del spoiler, pero este cuento habla de las repercusiones cuando hay demasiada memoria, cuando lo único que se hace es recordar el evento traumático y dejar que este controle nuestras vidas.
“Es el sol” es un cuento que a mí me rompió por dentro, abrazando a Anders, su protagonista, a través del papel. Anders es aquel que podemos decir que tuvo una vida de mierda, abandonado por ser diferente, el que vive en la calle, aquel que es maltratado constantemente, que tiene buenas intenciones, pero ni las mejores intenciones los alejarán del rechazo constante. Una vida que a todos nosotros nos dejaría completamente traumatizados. Sin embargo, después de un tiempo, Anders olvida. ¿Tiene validez el trauma si se lo olvida? O, incluso, ¿quedan resabios de ese trauma a pesar del olvido? ¿acaso encajonar un trauma influye en nuestra manera de ser?
La experiencia traumática está presente en cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, pero es un constructor de memoria, de eso no me cabe duda. Memorabilia ha ficcionalizado de manera muy eficiente el rol del trauma en nuestras propias historias, sin importar el tipo de violencia que se haya empleado.
La familia
La presencia o ausencia de familia es un cimiento central de este libro. Antelo, en casi todos los cuentos, nos presenta a una familia y sus respectivas cercanías y distancias. Finalmente, la familia es el origen de todo, las relaciones interfamiliares son la base de este libro, y quiero enfocarme en dos cuentos en particular, “Ocho saltos que me hacen pensar en la muerte” y “Lo sucedido y mis hijos”.
En el caso del primer relato, tenemos a una narradora que relata ocho acontecimientos que la han roto de alguna manera, una caída, parir, perder a la madre, cada evento que ha sido un encuentro con la muerte, pero que está entrelazado con sus relaciones personales. Acercarse a una persona es también acercarse a la muerte, por su intensidad, por las pasiones, por el dolor, y también por la pérdida que inevitablemente llegará. Se trata de un cuento que me hizo pensar en mis propias relaciones personales, un ejercicio de memoria, si es que tuve saltos similares, si los tendré, es un proceso de introspección en los lectores.
Por otro lado, “Lo sucedido y mis hijos”, aunque también cuenta un trauma, narra cómo el desamor y la relación de sumisión de una mujer con su marido ha construido, a la vez, su relación con sus hijos. Qué tan real había sido la influencia de los padres hacia sus hijos. Hay que pensar que es un hilo imposible de cortar, por más alejados estemos de lo sucedido.
El círculo
Tengo que finalizar hablando de los cuentos que abren y cierran este libro, que entendí su posición una vez que cerré el libro: “Cementerio” y “Nuestra memoria”. Ambos son cuentos que abordan expresamente el tema de la memoria. Ambos relatos se enfocan en qué se trata recordar y olvidar al mismo tiempo y cómo esto es realmente posible, de que no se trata de una paradoja. Y es que, justamente, tengo la impresión de que la geometría de la memoria es un círculo y que todo ocurre allí de manera eterna, una y otra vez.
Con ambos cuentos me pregunté qué se sentiría si me dijeran que voy a recordar una última vez, ¿qué se elige y por qué se elige sabiendo que lo vamos a olvidar? En un caso tenemos el olvido que se descorcha en un cementerio de elefantes y en el otro el otro como un efecto secundario de la cura a una enfermedad que no conocemos, porque, al fin y al cabo, no importa. Lo que es central es cuando escogemos olvidar, si podemos hacernos responsables de esta elección, si hay una responsabilidad de nuestra propia memoria.
Memorabilia de Isabel Antelo Romero es un libro imperdible. Está escrito en un lenguaje impecable y su afición por el detalle es única. Cada una de estas historias me despertó, lo que ella llama, “el instinto nostálgico”, tal vez es una idea de que recordar y olvidar no es una elección consciente, sino una forma de supervivencia.
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