Un singular texto escrito a cuatro manos por la escritora salvadoreña Juana Ramos y el escritor y editor brasileño Floriano Martins
El infierno siempre lo dejamos guardado en el tercer cajón. Una noche agitada olvidada en la séptima costilla superior. Cuando te beso, tus alas deletrean mil vuelos en los espesos archipiélagos de tus sombras. Cómo tus nalgas pretenden ser un teatro de mantras donde no te cansas de susurrar: ego sum qui sum. Las innumerables calles de tantas escapadas. Cómo te quiero, dentro y fuera de mí. Hecha una rama de relámpagos, la prosa inesperada de tu libido, los bordes de tu profundidad universal. Tu carne me baña con aceites de bestias sin nombre. Eres tan lúbrica que perforamos la superficie lunar como un hechizo que causará grandes daños a la memoria. El teatro en el que eres rey y reina a la vez y aprendo el orden sagrado del rayo en las misiones que me asignas. Déjame huella, mientras me preparo para cada viaje, hazme el objetivo de tus secreciones. El visionario reposo del diluvio que guardas para el último acto. Traduce las chispas de nuestro abrazo. Dentro y fuera de ti, una resina secreta que indica el regreso al origen del primer aliento, la joya del primer semen, la corriente del primer río de lava de tu útero. Hazme tu principio de cierre. Recoge los atributos de mi pecado. El cajón es el mismo. El infierno nos reconocerá.
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La huella visionaria nos camina. Seguiste, asumo, su senda. Me brotan manos en el gesto de tu pelo al aire, de tu cuerpo desnudo sobre mi cuerpo atento, recostados ambos sobre la posibilidad de lo incesante. Me surgen labios a la orilla de tu beso y pronuncio septiembre como si mordiera tus senos, como si venciera la precocidad de nuestro instante. A tus pies, palpito. Acepto la parte que me toca. Es cierto, me acecha cada cierto tiempo la obligatoria indigencia de tu rostro, el áspero y longevo adiós que no sabe despedirse y, aun así, me florecen bocas para incubar te amos. Pero lo abrupto despunta en tu lengua y desata las ventiscas que endriagos sembraron en ti. Nombres, quiero nombres donde verter el encono, donde develar la naturaleza de la bestia, donde rasgarle las vestiduras, arrancarle el crucifijo, despojarla del donaire, quitarle la honorabilidad que le otorgan la familia y la corbata, borrarle de una vez por todas la sonrisa. El perdón se empecina en atravesar las llamas, en hacer piruetas al borde del barranco, en dejar impune los agravios. Bríndame el esbozo de sus nombres para agujerear sus sílabas y anudar las cuerdas que los arrastrarán hasta desfigurarlos, para volverlos ciervos y desatar a los sabuesos.
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En nuestro interior, los ríos se camuflan con la vastedad de la saliva que nos impide el movimiento reflejo de la deglución. Hay una pesadez en la garganta que no nos permite abismar los néctares plasmados en la fotografía de un instante. Todos los instantes replicados sin cesar. Todos los néctares atorados en la úvula. Y es que hablo de la infancia como ríos camuflados que siguen su camino sin dejar ni un segundo de permanecernos. Pero, ¿se trata de un río caudaloso o del caudal del río? Porque a cada uno de nosotros nos arrastran las aguas de los miedos subterráneos o el anhelo de una nube arrebolada o el aroma embriagador de las gardenias o un jardín en el que abundan las espinas. En los miedos se reclinan los ojos cansados, acunan la imagen cruel de ensordecedores ladridos; en el anhelo y el aroma se recuesta la memoria de una caricia cándida y altruista. En el jardín eclosionan puntualmente aguijones. Los ojos semiabiertos de una muñeca olvidada que escupe almíbar al apretar su estómago se han quedado enquistados también entre los miedos. Hablo de la infancia como decir péndulo. Exactos, colgamos oscilantes de su hilo. La vastedad de los ríos se camufla de saliva y estrangula tu garganta. ¿Sigue invitándote al silencio?
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Las noches exigen desde hace tiempo un silencio inconfundible, donde las muñecas puedan abrir los ojos y contemplar las ondulaciones de los muebles de la habitación. Las horas se acumulan lentamente, hasta el punto que el paisaje se hace grande con su exceso de tiempo casi natural y las imágenes se distorsionan como si estuvieran en un baile. Nuevamente el péndulo nos lleva de un lado al otro del enigma. Balanceamos nuestros cuerpos juntos, vamos al cielo, al infierno, a los sueños, a la vida de vigilia, a veces somos sólo un punto de vista al revés. Los signos de asombro de un pensamiento que se entrega a los encantos del vacío. Nunca seremos olvidados por completo. Nunca seremos un recuerdo completo. Las casas blancas y negras en el escenario se mezclan en nuestro columpio, desde arriba vemos a las muñecas con sus ojos saltones, encantadas con nuestro movimiento. Las páginas del silencio tocan nuestros pies, ya no queda nada que distinga la razón de la locura. Somos la persistencia vegetal de las luces subterráneas y la fuerza extraviada de la máxima intensidad del deseo. El silencio mueve los muebles. Las muñecas se encuentran en un solo abrazo, con los ojos bien cerrados. Las noches son como un río sagrado. Duermes en mí. Duermes conmigo.
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Esta prosa pertenece al libro El corazón incontenible de las noches © Juana M. Ramos, Floriano Martins, 2024
Colección Libros Imposibles # 1 – Coedición | EntreTmas Revista Digital & Agulha Revista de Cultura
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