La Chiva suena más vital que nunca. El cuarteto sucrense exuda creatividad, arrojo y eclecticismo en su nuevo álbum Signos vitales. Un vistazo al corazón de uno de los grandes discos bolivianos de 2022.
La Chiva ha estado mutando lentamente estos años y en su extenso –e intenso– nuevo álbum, Signos vitales, la potencia de su sonido, la madurez de sus composiciones y el costado más ecléctico de su inspiración alcanzan el paroxismo.
Son 18 tracks en tiempos que los artistas se pusieron mich'as y lanza canciones de unita en unita. No sé ustedes, pero yo sigo creyendo que el álbum es la forma de arte musical que nos permite conocer la búsqueda estética y sonora de un artista o banda. Puede ser que ya no esté de moda o que no sea una estrategia muy útil, pero en el caso de bandas de rock que tienen algo que decir, un álbum como este se agradece. Además, una cosa es el mercado, otra el arte y a la Chiva actualmente no le falta público ni trabajo.
Un detalle que da cuenta del buen momento de la banda es que hayan registrado el álbum en vivo; quiero decir, con los músicos tocando al mismo tiempo. Lo hicieron nada menos que en la casa del Teatro de los Andes en Yotala, una institución de las tablas bolivianas por su obra y por su método de trabajo, y con la minuciosa y experimentada mano de So Myung en el registro y producción. Un desafío que puedes asumir solamente si tienes una banda que funca como una máquina aceitada.
“Mar de nubes” abre el disco con un paisaje stoner. He aquí la primera novedad: hay varios temas instrumentales que no buscan presumir virtuosismos, sino que actúan como separadores de página, como ámbitos sonoros, no por carentes de palabras menos entrañables o pegadizos. En este caso furula como intro. Luego cae “Fuertes”, justo así: fuerte, pesado, enérgico y contundente. Y oscuro. Parece una declaración de principios: “poder seguir fuertes”.
La característica ronquera del Chivo (Gonzalo Pardo, guitarrista, cantante y principal compositor) enfatiza la lírica, cada vez más lograda y sugerente, y a lo largo del álbum es apuntalada por matices y ámbitos que varían de tema a tema.
“Signos vitales” es un arma cargada. Una bata pesada y un riff demoledor. Sin embargo, se permite variaciones y devaneos que la asemejan a una suerte de breve suite rock. La letra de la parte final del tema parece una seña: “destruye el mito”. La vieja Chiva ya no es lo que era. Y está bueno.
¿Escucharemos sigue? “Halo” es un espasmódico y denso borboteo de un rock viscoso y oscuro. Otra vez un tema instrumental que nos conduce a un lugar un cacho inesperado en el sonido de la banda: el reggae “Caminantes”. La referencia a la música autóctona guiña en medio de las estrofas despojadas, pop, directas, los chivos brillan “llenos de valor”. Y el solo del Chivo esta vez es limpio y melódico. Es quizá el tema que más coquetea con esa épica indie bien de esta época.
Y después, no jodas, brasses cancheros atacando en “Intuye”, un funk-rock a la Divididos. Los arreglos de la sección de vientos son de Daniel Romero. “Florezcamos” nos interna en un jam groovy y vagamente vegetal.
“Ánima” le habla, como en varias de las letras, a un interlocutor invisible; es existencial, angustiada, dolorida, pero esperanzada: “la fuerza es tuya” y te la crees pues. Ese es el servicio social del rock: nunca te deja solo. Al final hay una movida de synths y cuerdas (arreglos de Arpad Debreczeni) bien progresivos.
“Savia” es, si puede ser dicho, un hit instrumental. La sentida banda sonora de una peli que no existe. “Fuego” juguetea con más synths en la intro y da paso a un rock vibrante y oscuro, con uno de los mejores momentos líricos del disco: “torciendo las formas, gastando mis huesos”.
“Memorias”, otro instrumental, es un remanso, pero sus aguas se agitan intermitentemente. La banda puede bajar el tempo pero jamás la intensidad. Signos vitales sigue sosteniendo su pulso galopante ya en la segunda mitad del disco, que en otras épocas seguramente sería un doble de lujo.
El can-can firme de “Buscándonos” desdobla el sonido rockero de la banda, que desacelera en el oscilante “Luciérnagas”, que por momentos recuerda los pasajes relajados de Sufjan Stevens y en otros se oscurece.
Cuando parece que el trip se acaba, sale al encuentro “Otro aliento” con guitarras filosas, e inaugura un sector blues rock del disco, que eleva la apuesta con el reverberado “Virus máquina”.
Y es precisamente “El viaje” el que le da ese sentido exploratorio a toda la experiencia. Estamos dentro del viaje de descubrimiento musical de una banda que excede la categoría rock y enriquece su paleta sonora, aquí, de manera muy elocuente, con un ¾ y un acordeón, sin perder jamás la pulsión furiosa.
En la recta final, “Soplar el miedo” nos echa encima un frenesí lindante con el metal y “Andes”, superpone un motivo de huayño a una suerte de balada downtempo, autoría de Nacho Rocha.
Y listo. No se puede pedir más. Estamos ante un valiente ejercicio creativo, una rotunda colección de canciones que llevará un tiempo asimilar y un álbum que nos regala el presente vital y generoso de una de las bandas clave de nuestro rock.
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